Que las mujeres seamos portadoras de un útero que tiene la capacidad de sostener el recién formado cigoto, no es una decisión propia. Es casi un hecho del destino biológico. Una señal o broma de la naturaleza que ha servido para mantenernos atadas a una cosa: la maternidad.
A pesar de que a través de los siglos la mujer ha experimentado con las más diversas formas para desatarse de este destino, se puede decir que es solo a mitad del siglo veinte, cuando, teniendo posibilidades económicas y acceso a la educación, muchas mujeres han podido decidir o no embarazarse o desembarazarse.
Pero la decisión de embarazarse o no, si se cuenta con la otra biológica determinación de ser fértil, no es solo una cuestión de la naturaleza. Es una cuestión de la cultura, de una sociedad que, muy a pesar de los avances tecnológicos, sigue intentando, por un lado, criminalizar la interrupción del embarazo, mientras por el otro glorifica la maternidad.
Nos resulta increíble, que después de casi seis décadas de publicado El segundo sexo de Simone de Beauvoir (1949), sigamos con noticias tan “folclóricas” como la de la semana anterior, cuando se descubre una nueva mujer en Cartagena, que llega al extremo de fingir un embarazo con lo único que puede, con trapos.
Hace veinte años, en 1997, Liliana Cáceres, quien ya desea dejar de ser nombrada, se hizo famosa con su historia de adolescente que finge un embarazo descomunal para retener a su amor. Más adelante, Atala Ochoa inmortaliza este evento en su disfraz carnavalero, llevando a escena la realidad de la tremenda construcción social que es el que una mujer sea definida como tal por su capacidad o no de dar a luz.
Las feministas que estábamos en plena efervescencia durante nuestra adolescencia y temprana adultez en la Colombia de los años 60 y 70 (del siglo pasado, claro está), nos tenemos que preguntar y seriamente ponernos a pensar por qué estas cosas siguen sucediendo. Qué tipo de cultura es esta en la cual estamos inmersos todos, una que obliga a la mujer a definirse, no por sus acciones, sino por la salud de su sistema reproductor.
Qué tareas tienen las nuevas generaciones de feministas mediáticas costeñas como Catalina Ruiz o cachacas como Carolina Sanín, por delante, cuando son atacadas en público o virtualmente, revelando, no solo que las actitudes de nuestro medio no han cambiado, sino que se repiten con mas virulencia. Como si cuanto más avanzamos, más de frente se viene el boomerang.
La nueva barriga de trapo es un performance espontáneo llevado a cabo por una mujer anónima que nos alarma con su contundente mensaje. Pareciera decirnos: en el mundo en que yo vivo, no valgo mucho, a menos de que tenga los hijos que me han de validar y de paso pueda retener al hombre que me dice amar y sin cuya presencia yo no soy nada. La inesencialidad de la feminidad es el fantasma que nos rodea desde que lo descubriera Simone De Beauvoir.
Nota: Agradezco a Guillermo Tedio, padre de dos inteligentes jóvenes y académicas feministas, haberme sugerido el tema de esta columna.