Taxi Teherán no es el tipo de película que podemos entrar a ver de manera inadvertida. Es necesario conocer la historia de su director y las circunstancias a las que ha sido sometido por el régimen radical de su país. Más aún, conviene enterarse sobre sus previas películas a las cuales se alude con frecuencia en esta nueva producción.

Jafar Panahi es tal vez el más reconocido director del cine iraní contemporáneo. En 2010 fue condenado a 7 años de prisión y se le prohibió ejercer su profesión durante otros 20, por hacer propaganda contra el régimen. Sin embargo, esta es su tercera realización en cautiverio después de This is not a film (2011), una meditación estilo Magritte sobre la libertad, filmada con un celular y grabada en una memoria camuflada hacia el exterior dentro de una torta, y Closed Curtain (2014), una mezcla de documental y drama que analiza la línea divisoria entre los dos géneros.

En Taxi Teherán, Panahi asume los temas mencionados de una manera más jocosa y accesible. Con permiso limitado de salir, aprovecha filmar en un solo día varias situaciones sociales que suceden mientras maneja un taxi, colocando dos cámaras sobre el tablero.

Cada pasajero que sube sirve para reflejar otro aspecto de la sociedad iraní. Se hace alusión a otros directores como Woody Allen, y muchas metáforas tienen que ver con sus propias películas como The White Balloon (1995), The Circle (2000) y Offside (2006).

La primera pasajera permite exponer el tema de la condición de la mujer; otro es un vendedor de películas piratas del cual el mismo director fue cliente, y sube también un herido que le hace filmar en el celular su testamento. Panahi no da muestras de ser el más experimentado chofer, y en más de una ocasión hace bajar al pasajero en la calle para que busque otro taxi porque desconoce el camino.

Los diálogos a veces se sienten espontáneos, aunque algunos pasajeros lo reconocen y parecen estar siguiendo un libreto, pero esto no resulta muy relevante; son solo artificios para mostrar algo mucho más profundo que tiene que ver con la condición humana.

Una presencia fuerte la constituye su sobrina de diez años, Hana, quien no para de hablar, y también carga una cámara porque debe hacer una película para un proyecto en la escuela. Su tío le propone ayuda, pero Hana debe cumplir los requisitos impuestos por la censura para que la película pueda ser mostrada (de las películas de Panahi solo una ha pasado la censura en Irán).

A pesar de la sensación de frustración e impotencia, la película no toma una actitud beligerante; está hecha con extrema valentía y gran creatividad artística, invitando a la reflexión y la meditación.

Panahi no se centra en su condición personal sino en los problemas que aquejan a todos sus coterráneos, exponiendo un gran desafío. De hecho, la cinta ha sido considerada por la crítica como uno de sus mejores trabajos cinematográficos y fue merecedora del Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín en 2015.