En el barrio Lionés de Croix Rousse, el mismo donde hace 200 años quemaron sus telares, hay una estatua dedicada a Joseph Marie Jacquard. La inscripción en el monumento se refiere a él como benefactor de los trabajadores de la seda. Lyon era la capital textil de Francia. El padre de Joseph había hecho una pequeña fortuna con una fábrica de tejidos, pero murió joven. El muchacho aunque se había criado entre los telares tenía poca educación, no pudo conservar su herencia, se empleó como tejedor y pronto llegó a ser maestro en su oficio. E inventó como programar los telares para realizar complejos y bellos dibujos con tarjetas perforadas, utilizadas luego por Charles Babbage en su máquina analítica precursora de los computadores. Todos los que trabajamos con éstos aparatos hace 40 o más años (sí, ya existían) andábamos con un “ruple” de tarjetas perforadas donde estaba el código de los programas. A pesar del feroz rechazo inicial, Jacquard alcanzó a ver a su invento en todos los centros textiles de Europa y América antes de su muerte. Todavía algunas señoras de Barranquilla cuando van de compras de telas preguntan por “un yacar de seda”.
Esta semana, el 31 de Marzo para ser más precisos, se cumplen 53 años del final de la huelga de los trabajadores de los siete periódicos más importantes de la época en Nueva York. Había durado 114 días. Se dejaron de imprimir más de 600 millones de ejemplares. Cuatro de esos siete grandes periódicos nunca volvieron a abrir sus puertas ni para sus dueños ni para sus trabajadores. Tom Wolfe, reconocido padre del nuevo periodismo, quien trabajaba entonces para el Herald Tribune, uno de los desaparecidos, tildó la huelga de “absolutamente innecesaria”. Otra batalla tan destructiva como inútil contra la tecnología.
El principal problema de la introducción del cambio tecnológico es que resulta mucho más fácil identificar quienes se perjudican que quienes se benefician. Es frecuente que a la larga los ganadores sean muchos más, pero pocos se dan cuenta de ello en un principio, la mayoría de los potenciales favorecidos probablemente no han nacido cuando el invento irrumpe. En más de una ocasión lo viejo se transforma y reacomoda para convivir: La prensa con la radio, la radio con la televisión, la televisión con internet. En muchos casos no se trata de nuevos artefactos sino de nuevos modelos de negocio utilizando tecnologías recientes. Así Amazon trastornó el negocio de las librerías, Apple el de la música, Netflix el de la televisión, Airbnb el de la hotelería y Uber el del transporte individual. Uber no es ni pretende ser la solución del problema de la movilidad urbana, pero sí atiende una necesidad evidenciada en todo el mundo por la prueba más ácida: su éxito. Procurar desaparecerla para, como en un conjuro, volver a meter el genio en la botella no es lógico ni colectivamente conveniente, a pesar de los interesados en intentarlo.
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