La inusual palabra alude a las batallas verbales entre el gobierno Santos y la oposición, como si de esa pugna individual dependiera la suerte de los colombianos.

Un examen de prioridades deja al descubierto una sobrevaloración de los intereses de un grupo político, o de las susceptibilidades del gobierno Santos. Ni lo uno ni lo otro puede sobreponerse a la tarea del momento, que es el logro de la paz con sus desafíos consiguientes, que equivalen, ni más ni menos, a la reconstrucción de un país deteriorado por más de 50 años de guerra.

Ver a los ministros y al propio presidente trenzados en una minúscula batalla verbal con un grupo opositor no es solo una pérdida de tiempo y de energías, sino un hecho perturbador y desorientador en momentos en que el país necesita un ambiente propicio para la tolerancia, la reconciliación y el perdón.

Bien o mal, la oposición hace su trabajo de mantener los ojos abiertos y los oídos despiertos de los colombianos, sobre los que tienen en sus manos el bien público. Así funcionan, o deben funcionar las cosas en una democracia; pero es deber del Gobierno respetar y hacer respetar las prioridades; y cualquiera entiende que este quehacer de la paz está por encima de las pequeñas discordias personales. Una cosa es que los grupos políticos equivoquen su valoración de los temas, y otra que el Gobierno olvide el interés supremo de los colombianos, para atender como primer asunto la bronca opositora.

El mismo problema de las prioridades, mal resuelto por el Gobierno, se puede observar en una prensa nacional atada al primitivo criterio de convertir en noticia las disputas entre personajes, y de enmarcar la vida nacional en un cuadrilátero de boxeo en el que las calzan los guantes al presidente vs. el expresidente, al ministro vs. el ministro, al procurador vs. el fiscal, y así, como si la noticia no tuviera más espacio y fisonomía que las confrontaciones.

De esta manera, mientras el país necesita una información sólida y creíble sobre sus problemas y oportunidades, los espacios informativos se llenan de gritos a favor o en contra como una gallera o un local de lucha libre.

Un sano orden de prioridades en la política y en la prensa indicaría que otros temas y personajes merecerían la atención que hoy se concede a la logomaquia de los políticos. Si esto llegara a suceder, y en vez de estos asuntos fronterizos con el chisme y la trivialidad se afrontaran los problemas verdaderos, la prensa ganaría en credibilidad y en influencia y las audiencias obtendrían una visión realista y orientadora sobre el nuevo país que se debe construir.

La información es, en efecto, la materia prima de las decisiones que, a su vez, alimentan y fortalecen la libertad. Por tanto, decisiones como las que refrendarán las conversaciones de La Habana solo serán libres si están fundadas sobre una información sólida, alejada de la trivialidad de las logomaquias.

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@jadarestrepo