Cada año comienza con una nueva esperanza que jamás llega. El ajuste en el salario mínimo es la primera gran decepción anual que sufre el pueblo colombiano. Los expertos presentan sus más refinados argumentos, pero la gente de a pie sabe que eso no alcanza. No se necesita mayor argumentación ni análisis. El año anterior tocó hacer magia, este año el asunto será más grave. Y la magia aparecerá, la creatividad, la suerte, la divina providencia. Sobrevivirán, apenas, pero a una familia que viva del salario mínimo le quedará prácticamente la mendicidad.
El Gobierno decretó un incremento del 7% para el 2016, quedó en 690 mil pesos. Según la sentencia C – 815 de la Corte Constitucional el ajuste salarial debe estar por encima de la inflación del año anterior, y como la inflación cerró en 2015 en 6.7%, el Gobierno consideró que estaba haciendo la tarea. El Defensor del Pueblo le mandó una misiva al presidente invitándolo a reconsiderar la decisión. Otálora tuvo en cuenta algo clave: la inflación no afecta igual a todos los estratos. El 2015 cerró con una inflación mucho más alta para los colombianos más pobres. Así las cosas, esos mismos pobres que escasamente lograron sobrevivir el año pasado, vivirán en condiciones más indignas en el 2016 mientras, el país se jacta de hablar de progreso, desarrollo y crecimiento económico. Entre tanto, Santos sigue con su retórica sobre la paz, un escenario que para alcanzarlo necesita, además de la firma de un acuerdo con las Farc, una sincera apuesta por las clases menos favorecidas, esos mismos que apenas viven con el mínimo.
Con 690 mil pesos al mes, un trabajador está condenado a no tener hijos, pues esa cifra apenas alcanza para mal vivir él. Con 690 mil pesos al mes, podrá pagar una habitación en un barrio de la periferia de la ciudad y se gastará en transporte poco más del 20% de su sueldo. Le quedarán solo 350 mil pesos para desayunar, almorzar y comer por 30 días, comprar productos de aseo y cortarse el pelo cuando toque. Tomarse unas cervezas el fin de semana, en estas condiciones, será un acto de infinita alegría. Seguro podrá ir a jugar fútbol con los amigos y a cine el día que es barato. El problema es que muchos de los trabajadores que se ganan el mínimo, tienen familia y allí la ecuación es imposible de amañar. De esos mismos 690 mil pesos tendrá que salir la comida para los hijos, los útiles escolares, pañales, fiestas de cumpleaños, recibos de servicios públicos, ropa y todos los gastos de salud que el sistema es incapaz de cubrir.
Tendrán que acudir a la informalidad, a la venta de productos de revistas, a las marañas los fines de semana, al truquito, a la maroma, ay bendito… Los niños se acostumbrarán a ver juguetes en los estantes de las tiendas de cadena, ese será el paseo de los domingos. Tendrán que esperar la caridad del patrón al fin de año, cuando su corazón se impregne del espíritu navideño, y quizá llegue algún balón, alguna muñeca.
Antes de las telenovelas, la familia entera verá discursos presidenciales sobre exitosas políticas de inclusión social, sobre flexibilidad a inversionistas. Algún estudio, de postre, asegurará que los colombianos somos los más felices de todos los infelices. Una felicidad que también será televisada, pero que a las casa de los colombianos que viven con el salario mínimo solo llegará en forma de resignación, de chiste y hasta desconsuelo.
javierortizcass@yahoo.com


