Inicio esta columna con un hecho intrascendente. Por curiosidad, ingresé a un almacén de ropa para caballeros, porque en estos días de Navidad la compulsión por comprar se nos hace más intensa. De súbito, vi en exhibición un abrigo muy parecido a uno que tuve cuando joven, y que me agradaba usarlo, no solo para protegerme de la fría lluvia chilena, sino también porque vanidosamente creía que se me veía bien.
Al mirar esa prenda, mi memoria se llenó de bellos recuerdos: mis hermanos, mis padres, pero —especialmente—, la época tan bella de la juventud.
Fui joven en los años 60. Fuimos una generación que vivió intensamente. En ese tiempo nació la música de Elvis Presley, Los Beatles, y el son cubano se introdujo en los salones de baile de toda América. La música de los 60 cambió definitivamente el modo de sentir y el modo de vivir, porque nos hizo más libres.
Pero, también, los 60 fueron tiempo de renovación de ideas: Sartre, Marcuse, Maritain. Queríamos cambiar el mundo, aunque la mayoría terminamos acomodándonos a la confortable vida burguesa.
Con la emoción de los recuerdos, me probé el abrigo y me acerqué al espejo. Pero ni el rostro ni el cuerpo eran aquellos. Me veía como un espantapájaros. No obstante, tuve deseos de comprarlo.
Todos, con alguna frecuencia, recordamos etapas de nuestra vida. La casa donde nacimos, los primeros juguetes, el barrio, el colegio donde hicimos los primeros amigos. Y a veces hay nostalgia por recuperar ese tiempo ido.
Hoy, millones de personas no viven en el lugar donde nacieron, y el futuro será aún más nómada. Los seres humanos nos desplazamos no solo adonde haya trabajo, o huyendo de la violencia de estas nuevas guerras asimétricas. También migraremos en el futuro adonde haya agua y comida.
Los expertos en psicología del consumo y del neuro-marketing se han dado cuenta de esta debilidad humana de recordar y desear volver al tiempo y al espacio que alguna vez vivimos —porque nadie olvida sus raíces—, y lo han vuelto un próspero negocio.
Existen centros universitarios muy importantes en el mundo que estudian el consumo por nostalgia. Para que usted vea el tamaño de este negocio, pongamos como ejemplo a los mexicanos que viven en los Estados Unidos. Entre migrantes e hijos, suman 23 millones de personas que, por nostalgia, hacen todo lo posible por consumir los productos de su país de origen: alimentos, bebidas, vestidos, artesanías. Lo mismo ocurre con los millones de colombianos y de otras nacionalidades. Se estima que los inmigrantes latinoamericanos compran, en EE.UU., 45 mil millones de dólares al año en productos asociados a la nostalgia.
Los recuerdos por nostalgia que nos producen tantos sentimientos y emociones ligados con nuestro arraigo se intensifican en estas fiestas, cuando los católicos celebramos el nacimiento de Jesús y la llegada del nuevo año. No nos incomode que algunos hagan muy buenos negocios a costa de nuestros sentimientos. En estas fiestas, agradezcámosle más bien a la vida por todo lo que nos ha dado, y estemos seguros de que cada día que viene será mejor.
A mis lectores, les deseo felices fiestas, en compañía de sus seres queridos.
joseamaramar@yahoo.com