Lo recordé el domingo pasado, cuando se cumplieron cincuenta y dos años de su asesinato. ¿Qué hacía yo ese viernes cuando llegaba la brisa? Contaba cinco años y la vecinita me respiraba en el cuello tan cerca que yo imaginaba que sus pecas se me iban a regar por toda la piel. Jugábamos a las escondidas. De pronto, mi hermana mayor entró en la habitación, gritando: “¡Mataron a Kennedy!”. Jamás he podido olvidar ninguno de los dos acontecimientos, que marcaron mi vida para siempre con pecas y balas mágicas.

Y me refiero a esa bala que, según Arlen Specter, miembro de la desprestigiada Comisión Warren que investigó el asesinato, con el único y casi evidente propósito de sancionar oficialmente la versión de “un tirador solitario”, pues si había más de uno aquello resultaba una conspiración que podría involucrar hasta al mismo gobierno. Sí, ese proyectil cuántico que, según la versión surrealista de Specter, arrancó su trayectoria desde el sexto piso del Depósito de Libros Escolares de Texas, supuestamente disparado por Lee Harvey Oswald, un pésimo tirador, con un rifle Mannlicher Carcano de la Segunda Guerra Mundial. El pobre Oswald fue otra víctima.

Sí, esa bala que, después de atravesar el cuello de Kennedy, se precipitó a la espalda del gobernador Connally, luego hizo un giro a la izquierda y atravesó la muñeca correspondiente y finalmente, oh magia, salió para depositarse en su muslo derecho. Bala que después de atravesar como unas quince capas de ropa, tejidos y huesos apareció también mágicamente intacta en el Hospital Parkland, de Dallas. Fue un golpe de Estado lo que ocurrió ese mediodía en la Plaza Dealey, de Dallas. Eran por lo menos tres los tiradores, un torneo de caza. Y a kennedy lo mataron sencillamente porque anhelaba cambiar a su país, porque en verdad quería servir. ¿Que le gustaban las mujeres?, ¿y a quién no?

Los Kennedy, católicos viscerales, habían llegado de Irlanda a mediados del siglo XIX, pero solo con Joseph, el padre del presidente, de quien se dijo que tenía vínculos con la mafia, arribaron al poder. Tanto Joe como Rose enseñaron a sus hijos una profunda gratitud hacia el país que les había dado todo. Acción de gracias que los llevó incluso a ofrendar la vida por su patria. Así lo hizo el hermano mayor, Joe, en la Segunda Guerra Mundial; así lo hizo JFK, en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963, cuando fue ejecutado como consecuencia de una conjura entre la CIA, la industria armamentista, los fanáticos anticastristas cubanos, la mafia, los petroleros de Texas e incluso el propio vicepresidente Johnson. Casi todos recordamos el filme de Oliver Stone sobre este tema punzante.

En 1963, aquí en Barranquilla, la Calle 72 se llamaba Avenida Kennedy. Y si no fuera por Kennedy, Álvaro Cepeda no habría conocido a Juana, la de los cuentos, pues ella era miembro de los Cuerpos de Paz creados por el Presidente. Si no fuera por Kennedy yo no habría recordado tantas pecas y balas mágicas, y a un gran hombre que abrió espacios de humanidad, y por eso fue vilmente sacrificado aquel viernes de mi niñez cuando llegaba la brisa.

diegojosemarin@hotmail.com