Muchos se fueron lanza en ristre contra los periódicos que publicaron la foto de Aylan Kurdi, el niño de 3 años que fue encontrado ahogado en una playa de Turquía.

Si bien no todos lo hicieron, los que se atrevieron registraron el cuerpo marchito, con la cabeza clavada en la arena y los brazos desganados, mientras las olas le prodigaban las últimas caricias.

A simple vista parecía dormido, con la ropa puesta por el descuido de algún mayor, pero el guardia que se acercó temeroso confirmó lo que sus instintos presentían: era el cadáver de uno de los 22 náufragos que intentaban huir de la guerra que libran el Estado Islámico y los combatientes kurdos.

Aunque a su lado murieron también su hermano y su madre, él fue el rostro de la tragedia. Y con la anuencia de los medios osados y el morbo de las redes sociales, logró lo que otras sensibilidades no fueron capaces, vale decir, despertar la solidaridad del mundo alrededor del fenómeno migratorio.

Mientras en Alemania y Francia hasta la derecha cambió su discurso extremo, ahora en favor de los migrantes, desde Inglaterra se anunciaron ayudas económicas para favorecer a quienes buscan una segunda oportunidad, en una tierra que anualmente venía destinando alrededor de 50 millones de euros para frenar los flujos migratorios.

Y en tanto la prensa seguía registrando movilizaciones ciudadanas en distintas ciudades para reclamar un trato más digno para los desplazados por la violencia, en casi toda Europa se activaron debates que insistían en que se cumpla cabalmente la Convención de Ginebra o proponían, inclusive, cambiar la legislación vigente.

Todo eso fue posible en las últimos días gracias a la foto conmovedora de Aylan, no obstante que en esa zona del mundo aparecen todas las semanas barcos destartalados y trenes atestados de inmigrantes, en medio de la indiferencia, cuando no fastidio, de ciudadanos y gobernantes.

De hecho, las cifras oficiales indican que en las líneas binacionales hay alrededor de 100 mil refugiados, en condiciones infrahumanas.

Lo lamentable es que la conmoción haya sido por la foto que, para ponerlo en la perspectiva que es, reivindicó una forma del periodismo (el sensacionalista) que apela válidamente a las sensaciones humanas para sus registros informativos.

La publicación era necesaria, pues, como hemos visto, generó efectos notables.

Lo que nunca debió ocurrir fue la muerte de Aylan, que, en consecuencia, debe llevarnos a reflexiones profundas sobre qué hacer con la migración, tanto Europa como en Estados Unidos y la frontera colombo-venezolana.

Ni la muerte de Aylan, ni la de los 2.500 ciudadanos que este año intentaron flanquear la frontera de las 27 naciones que mantienen controles rigurosos en las entradas aduaneras; ni la de 400 africanos que naufragaron cuando intentaban llegar a Europa en un barco que surcaban las aguas del Mediterráneo; ni la de los 18 mexicanos que dejaron su vida en el vagón de un tráiler mientras buscaban una mejor vida en Estados Unidos.

Esa, y no otra, es la discusión.

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@AlbertoMtinezM