En días pasados, se dio a conocer un estudio según el cual fue descubierta una mano que había permanecido muchísimo tiempo escondida, después de –es lo más seguro– haber tirado muchas veces la piedra.

Fue hallada en la garganta de Olduvai (norte de Tanzania) por un grupo de paleoantropólogos españoles, y el valor del hallazgo radica en que hace más antigua de lo que se creía la mano moderna del hombre, la mano actual, la mano que ahora, por ejemplo, escribe esta nota.

En efecto, según este nuevo descubrimiento, nuestra mano actual data de hace más de 1 millón 840.000 años, lo que corrige el dato, hasta entonces tenido por cierto, de que nuestra mano, con las características que posee aún hoy día (¿hasta cuándo, por cierto?), había tenido su origen hace 1 millón 500.000 años.

En resumidas cuentas: 340 milenios más antigua, más experta, es la mano capaz de hacer herramientas con alta eficiencia y de manipularlas de igual modo: la mano que elaboró el hacha de piedra, el arado y la pluma de escribir; la misma pluma que, en la mano de Rimbaud, asegura: “La mano en la pluma vale tanto como la mano en el arado”. (Y esa mano en la pluma, ay, vale el cuádruple, qué digo, el céntuple, pero en sentido inverso, en sentido destructivo y no productivo, cuando no se usa para componer un poema, sino para firmar la orden de arrasar un pueblo, tal como lo certifica la mano de Dylan Thomas: “La mano que firmó el papel derribó una ciudad; / cinco dedos soberanos tasaron el aliento, / duplicaron los muertos del orbe y diezmaron un país”. ¡Inevitable pensar en la mano de Harry S. Truman, mano tan delicada como siniestra, que lo mismo tocaba en el piano el “Vals de Missouri” que decretaba el lanzamiento de sendas bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki!).

340 milenios más antigua, más aviesa, es la mano capaz de forjar armas con gran pericia; de forjarlas y de sentirse luego atraída por ellas, para matar un venado, a Julio César o a un hombre en Tacaruembó, como lo testimonia la mano de Borges: “En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres”.

340 milenios más antigua, más amorosa, es la mano capaz de sujetar entre ella una mano ajena, y de recorrer su piel y acariciar sus huesos, tal como lo evidencia Vicente Aleixandre: “Tu delicada mano silente. A veces cierro / mis ojos y toco leve tu mano, leve toque / que comprueba su forma, que tienta / su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso / insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca / el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso”.

Capaz ya de éstas y otras potenciales manipulaciones, la mano de la garganta de Olduvai, al formarse, decidiría el rumbo que tendrían los siguientes un millón 840.000 años de nuestro destino.

@JoacoMattosOmar