En la época en que la colonia brasilera sudaba la camiseta del Junior, era tal la pasión que irradiaban esos arietes salpicados de magia, que las gradas del viejo Romelio eran insuficientes para albergar la fanaticada que desde temprano llegaba con la ilusión de verlos practicar.
En tiempos de vacaciones, el programa con los amigos de la cuadra, era asistir a esos entrenamientos y poder ver de cerca las maravillas que hacían con la pelota esa escuadra brasilera. Era una comunión excelsa con el buen juego, que permitió que el espíritu de entonces aprendiera a navegar por esas aguas donde solo tienen cabida las pinceladas trazadas con tonadas de alto calibre.
El resultado era importante, pero no era el requisito indispensable para alejar del estadio la fanaticada cuando este era adverso, porque siempre primó el buen trato con el espectáculo y eso era suficiente. Se aprendió a convivir con el recuerdo del ayer, para hacer de esa partitura, más que una forma de vida, una exigencia.
El inconformismo cuando a través del tiempo la novia de esta ciudad se asemeja a una colcha de retazos por su mal funcionamiento, se manifiesta por la soledad reinante en el coloso del Sur. Con la llegada de Alexis Mendoza, el panorama que se vislumbra es halagador.
El rostro, que es el espejo del alma, refleja en cada uno de sus jugadores la frescura del instante, cuando en fila se disponen a saltar al campo de juego. En la antesala del mismo, el camerino es el termómetro que mide el estado volitivo de los guerreros.
En el campo de juego, el escudo para defender ha sido su fortaleza, y la tenencia de la pelota su arma más eficaz para dirigir el ataque. Fiel al libreto que se ha propuesto, donde el culto al buen pie -como dicen ahora- ha sido la fórmula mágica, para que este nuevo proceso comience a seducir a propios y extraños.
El juego contra Equidad, un elenco donde prima el laboratorio para defenderse, los de casa merecieron el triunfo, por esa fidelidad que mantiene en sus líneas de siempre, buscar el arco contrario. El empate injusto, ese que deja un sabor agridulce, reconforta el espíritu y la retina por el despliegue de quienes actuaron esa noche y, más gratificante aún, cuando jugadores del patio, comienzan a surtir con lujos de detalles la tolda profesional.
Murillo y Vásquez, si la aureola del protagonismo no los marea, el camino del triunfo los espera. La competencia del instante, permitirá fortalecer el laboratorio general de la escuadra, que si esta es bien regulada, permitirá optimizar el rendimiento de cada jugador mediante las horas de vuelo adquiridas con la competencia. Como dijo alguien una vez, “el de ahora, no es un Picasso, pero tiene sus pinceladas”. Pero en el fútbol lo que hoy es verdad, mañana es mentira.