Esa noche en el legendario Summit, sede de los Rockets de Houston, equipo donde jugaba el nigeriano Hakeen Olajuwon, me encontraba sentado en un lugar de privilegio, pues en había sido invitado por la organización de la Universidad de Houston Baptist, a oír las clínicas que dictaban los entrenadores de dicha colectividad.
El africano que jugó toda su vida para dicha franquicia, era la sensación del momento, por esa forma de jugar, por esos movimientos en la zona de los tres segundos, que daba la sensación de estar bailando una danza extraña que solo el conocía. Todavía la fuerza no había hecho estragos en esa zona de candela, el espigado ariete de la cesta, fue quizás el último exponente de jugar al compás esa música que brotaba de su corazón.
Salpicado por la emoción del instante, ante el repertorio del negro de ébano, mi memoria se trasladó al viejo coliseo cubierto donde se jugaba baloncesto y se hacía boxeo, hoy convertido en una cloaca vergonzosa, cuando aún era un colegial y me sentaba en las gradas a mirar los entrenamientos que Jorge Miguel Zapata, realizaba con unos jugadores que deslumbraban por su manera de jugar y su altísima estatura.
Fue un elenco conformado en una época donde el baloncesto colombiano de jugaba en todas las plazas y estaba representado por jugadores de valía. En ese quinteto de lujo jugaba Henry ‘El Turco’ Hazbund, que desde siempre me llamo la atención por su manera de moverse en el puesto del ‘pívot’, que parecía que adivinaba donde estaba el contrario para ponerlo a volar magistralmente con esos movimientos de pies que solo le faltaban las zapatillas y la música para asemejarse a una danza.
Aquella noche aromada con esas estrellas de la NBA, llego a mi memoria los movimientos exquisitos de ese jugador de tiro certero, que hoy, después de mucho tiempo, llega nuevamente a esta ciudad que lo vio crecer y, donde esculpió una página dorada que las nuevas generaciones desconocen.
Una legión conformada por gigantes, cuyo quinteto titular, si la memoria no me falla, lo conformaban, Harold Martínez, Los Hermanos Agustín y Arturo Chamorro, Nicolás Guette. Henry Hazbund y, el más pequeño de ellos, pero con un corazón también de gigante, al que una vez compare con John Stockton, el guardia del Utah Jazz. De eso, no queda si no el recuerdo y la gratitud de los amigos que hoy sacudirán las telarañas del ayer para evocar el tiempo cuando este deporte se paseaba por el país con aureola de respeto.
Si no lo sabías, el coliseo de la 72, ese donde te forjaste como jugador y convertiste como tu segunda casa, sirve para todo, menos para jugar baloncesto, una constante que dibuja el deterioro de esta disciplina. Aún así, nos sentaremos a evocar ese tiempo cuando la camiseta se pegaba en la piel.