Relata un cuento que un padre muy adinerado estaba aburrido con su hijo, que no quería estudiar y llevaba una vida indisciplinada. Se le ocurrió llamar a un político amigo y le dijo: “Quiero que me ayudes a nombrar a mi hijo en un cargo que sea muy exigente”. El político le contestó que lo podía nombrar director de recursos humanos de un organismo del Estado. El padre le dijo que necesitaba algo más exigente y de menos salario. Entonces el político le ofreció un cargo regional en una corporación estatal. El padre le respondió: “Para serte más claro, necesito para mi hijo un empleo donde gane $800 mil al mes, tenga que cumplir horario de 7 a 7 y le pongan bastante trabajo”. El político le replicó enseguida: “Ahí sí no te puedo ayudar, porque esos cargos exigen título profesional”.
Si hay algo complicado en este país es su estructura burocrática. Tener que acercase a cualquier oficina del Estado para hacer una diligencia es casi un calvario. La ineficiencia burocrática es una de las principales fuentes de la corrupción.
El científico social Robert Merton —que dio ideas de cómo organizar el aparato del Estado para tener gobiernos eficientes— definía la burocracia como “una organización unificada, con una serie de empleos, de posiciones, jerarquizada, a los que son inherentes numerosas obligaciones y privilegios estrictamente definidos por reglas limitadas y específicas, y donde cada puesto contiene una zona de competencia y responsabilidad que le son atribuidas”. Además, todo cargo está sujeto a reglamentaciones con un sistema de controles y sanciones diferenciales. En síntesis, señala, un burócrata “es un experto especializado a sueldo”.
Los Estados exitosos son los que logran una burocracia con eficiencia técnica que garantice precisión, rapidez y control experto; donde se eliminen por completo las relaciones personalizadas, tales como la hostilidad, el amiguismo y los privilegios. La burocracia del Estado colombiano es tan compleja que, en vez de ser un facilitador de los procesos, se parece a un laberinto donde muchas veces no hay salida. Un destacado dirigente gremial señalaba que hoy una víctima del conflicto armado, para obtener su reparación, necesita lidiar con casi 30 instituciones estatales diferentes. Además, es tanta la inseguridad jurídica que muchos expertos se resisten a trabajar para el Estado. Hace poco, un alto directivo de un organismo estatal me expresaba su temor cada vez que tenía que firmar un contrato, a pesar de que previamente lo habían revisado los abogados.
Como señala Merton, mientras menos dependencias existan, más eficiente es el Estado. Pero también se exige la disciplina reforzada por sentimientos vigorosos, donde se imponga una verdadera devoción por el servicio público.
Tendrá que llegar el día en que el aparato del Estado esté en manos de expertos especializados con una alta motivación hacia el servicio público. Mientras tanto, “sigamos haciendo cola y utilizando gestores”.
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