El peor elogio que le han hecho a Lionel Messi lo balbuceó el entrenador francés del Arsenal, Arsene Wenger, para explicar alguna derrota de su equipo frente al Barcelona: “Es un jugador de Play Station”. Ese es el resumen de lo que es Messi: un gambeteador, un definidor, un muñequito que juega sorprendentemente bien a una velocidad de los mil demonios. Pero el fútbol es mucho más que eludir rivales como una exhalación y anotar 50 goles por temporada, aunque los canales multinacionales, los numerosos seguidores culés y los 40 millones de argentinos (menos César Luis Menotti) lo hayan olvidado.

Quienes declaran que Messi es el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos nos invitan a que comparemos a su ídolo con el puñado de hombres que pueden disputarse con él ese dudoso honor: Pelé, Di Stéfano, Maradona y Cruyff. Eso significa que debemos equiparar la memoria de los que vieron a esos genios –en el caso de los dos primeros, apoyada con algunos fragmentos de viejos videos en mal estado– con el bombardeo contemporáneo de repeticiones desde todos los ángulos en alta definición de las actuaciones del rosarino, además, por supuesto, de las estadísticas. Pero, insisto, el fútbol es mucho más que velocidad, gambetas y goles.

No hay que remitirse a los videos antiguos ni a la engañosa memoria, que suele ser hiperbólica cuando se trata de exaltar ídolos, para desbaratar la teoría de que Messi ha sido el mejor de todos. Dejo de lado por ahora a los 4 dioses y tan solo repaso un compacto de 5 minutos de un futbolista que aún no se ha retirado y que sigue disfrutando, con sus piernas y su sonrisa, del talento sobrenatural que le fue dado: Ronaldo de Assis Moreira, Ronaldinho.

Ronaldinho es la antítesis del futbolista de Play Station; su perfección, la hondura de su juego, su creatividad casi imposible, provienen de su alma, y eso se nota de inmediato. A pesar de que anotó muchos goles, de que fue campeón del mundo, de que fue Balón de Oro y de que ganó todos los títulos que disputó, no se le puede juzgar por sus números, sino por la magia exuberante de sus botines, por su cabeza caliente, por su atrevimiento, por la felicidad que proyecta en cada gesto con la pelota, por decidir hacer más difícil lo que podría solucionarse con la practicidad mezquina que reina hoy en día en el deporte y en la vida. Mientras a Messi hay que verlo en cámara rápida, a Ronaldinho es preciso saborearlo en cámara muy lenta. Esa es la diferencia entre un artista y un mito vacío.

En contra de las tiranas mayorías, me quedo con el brasileño, para que me reconcilie con el juego de mis amores, para que me convenza de que no todo está perdido, para que me ayude a reforzar mi creencia de que es preferible arriesgar un resultado queriendo tirar un taco o intentando una ventiuna entre tres rivales o simplemente parando, anclándose al suelo unos segundos con la pelota pegada al pie, ante la mirada atónita de rivales y de compañeros que no entienden cómo un solo hombre tiene el poder de detener el tiempo, de mandar al carajo la prevalencia del vértigo, para luego inventar un pase de cuento con la mirada puesta en otro lado. Eso es lo que quiero de este deporte antinatural en el que no se usan las manos, nuestras herramientas más humanas. Prefiero la sonrisa de un poeta irresponsable, antes que el rostro inamovible de un autómata de videojuego.

Jorgei13@hotmail.com
@desdeelfrio