Colombia se despertó adolorida la semana pasada, mas no asombrada. Cada madre, cada padre, cada hijo, cada hermana, cada esposa, cada abuelo de cada uno de los nuevos once muertos que pone esta guerra irregular que vivimos desde hace cincuenta años recibió el golpe terrible y lloró la imposibilidad de vengar esas muertes injustas.

Pero, ¿hay acaso muertes justas? ¿Hay justicia para la muerte o existe justicia en la muerte? La muerte es la forma más definitiva de horror. Sobre todo si se inflige sin necesidad. ¿Cómo entender que en medio de un proceso de paz sean asesinados a sangre fría nuestros hermanos soldados por otros de nuestros hermanos, los guerrilleros, mientras los primeros descansaban indefensos?

No hay venganza justa. Siempre la venganza trae más violencia y más injusticia. Por eso los colombianos tenemos que seguir tragándonos el dolor, la rabia y la injusticia, guardando una sola esperanza: la justicia divina. Esta es la justicia que nos queda: creer que solo más allá de esta vida terrenal puede haber algo más, puede haber una balanza que aminore la pena.

Dike, la diosa griega, hija de Zeus y Themis, era para los griegos antiguos, quien debía encargarse de esta justicia más allá de donde los humanos podemos alcanzar. Es maravillosa la metáfora que nos llega con el conocer quiénes eran sus hermanas: Eunomia (El Buen Orden) y Eirene (La Paz). Si Dike reinara en Colombia, el orden y la paz serían nuestra cotidianidad.

¿Cómo puede haber paz en un país donde no hay justicia? Y no hablo de una sola de las justicias, sino de todas las pensables y las que aparecen como necesarias de cada lado del conflicto. ¿Cómo habrá paz si hasta los jueces, los magistrados de la mal llamada ‘patria’ ya no nos permiten creer en algo tan humano?

Tocará como en las tragedias griegas, convencernos de que Dike aparecerá castigando severamente a quienes perpetran hechos atroces, penetrando su corazón con una espada hecha por Aisa, esa Moira que decidía cuándo cortar el hilo dela vida de un ser humano.

Porque solo con la imaginación, quienes no somos capaces de matar, cortamos el hilo, deseamos la muerte, la desaparición absoluta de quien hace daño a nuestros seres amados. La imaginación al menos no ejecuta el horror final. La imaginación se puede transformar en arte y nos puede transformar, de paso.

Como lo dice Hesíodo en Los Trabajos y los Días (Canto III, 250), deseamos con todas las fuerzas que los fantasmas de nuestros muertos estén vigilando para que las injusticias no se sigan dando sobre esta tierra del olvido, tierra de difícil paz:
“Sobre la tierra mantenedora de muchos hay treinta mil inmortales de Zeus que guardan a los hombres mortales; y envueltos de aire, corren acá y allá sobre la tierra observando los juicios equitativos y las malas acciones”.

Necesitamos legiones de ángeles que se lamenten ante Zeus y de modo contundente sobre el destino amargo de los colombianos. Necesitamos escuchar voces del más allá porque las de acá están demasiado contaminadas.

Necesitamos limpiar la desesperación que siente cada colombiano de bien, cuando los que aun siendo los pocos, pero que nos hacen daño a los muchos, se portan mal, borrando así, cualquier posibilidad de tener “una segunda oportunidad sobre la tierra”.
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