Nadie sabe qué o quién influyó en Johana Montoya cuando bautizó hace más de 10 años a su hijo mayor, degollado por sus propias manos el pasado Miércoles de Ceniza, con el nombre bíblico de Abinadab.

Es muy probable que esa mujer, receptora de desgracias e influida por alguna militancia religiosa cercana, decidiera que su primogénito, parido a la casi impúber edad de 13 años, llevara consigo una protección de por vida que lo ungiera y lo pusiera más cerca de Dios. Sus otros dos hijos, Kely Johana y Luis Enrique, muertos de la misma manera en Palmar de Varela, fueron arrastrados por el eslabón de desgracias que acompaña a Johana desde la más tierna infancia. Tal vez también por el sino que recaía sobre su hermano mayor.

La Biblia dice que David y su ejército rescataron el Arca de Noé y la llevaron de la casa de Abinadab, donde estuvo por 20 años. Hasta ahí el pasaje no tiene ninguna anormalidad, pero luego cuenta el Sagrado Libro que hubo “tumores y quebrantos de salud, desde el más chico hasta el más grande. Y hubo muerte”.

Según las Santas Escrituras no hay ninguna referencia que indique una bendición por haber tenido el Arca bajo su custodia. No se conocieron beneficios para Abinadab, sino todo lo contrario, Uza, uno de sus hijos, la tocó con sus manos y murió de inmediato. La ley divina decía que el Arca no podía ser llevada en bueyes sino en hombros y esa norma no fue obedecida. Esos referentes bíblicos pueden ser especulativos y producto de una equivocada e inexacta conexión. Lo único cierto ahora es la triste y desgraciada historia de una mujer que en aparente estado de desesperación, y pretendiendo proteger a sus hijos, los mató e intentó quitarse la vida.

Las declaraciones de familiares y las notas encontradas por las autoridades muestran una saga de sufrimiento, desde el despojo de la tierra por parte de grupos violentos, de uno y otro bando, hasta el infame abuso sexual de su padre. Al menos eso afirma en las aparentes confesiones escritas por la mujer que ahora cumple el rol de una Medea criolla.

En el contexto social que nos rodea, la familia Montoya es una de las miles de desplazadas por la violencia colombiana. Una niña que a los 13 años dio a luz su primer hijo, que según su decir fue abusada por su padre, que al cambiar su entorno campesino en los campos de Bolívar por el de municipios y ciudades adonde la familia brincó y brincó para encontrar una vida, perdió identidad y quedó vulnerable a todos los males, con el rompimiento a dentelladas del tejido social de su entorno.

Ahora el rompecabezas de película de terror nos lleva a darle una mirada de compasión a Johana Montoya, verdugo de sus tres hijos y suicida frustrada, cuya denuncia tiene a su padre en la cárcel; a su madre y hermanos triplemente victimizados por los nietos y sobrinos muertos, por la hija procesada y por el padre y esposo preso. Una oración por Johana.

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