El funcionamiento de un equipo de fútbol tiene como objetivo mayor hacerlo competitivo y acercarlo con mucha frecuencia a la victoria. Ese funcionamiento, por supuesto, depende en gran medida de la calidad técnica de los jugadores, de su jerarquía e inteligencia táctica; de una buena dirección y la complementación de los talentos; y del carácter y el compromiso de todos.
Un indicador al que se recurre con frecuencia para ir evaluando ese funcionamiento es el equilibrio. Generalmente, funcionar mejor o peor está directamente relacionado con ser más o menos equilibrado. Ser equilibrado es, en pocas palabras, defender bien y atacar bien. Pero como el fútbol no es, por ejemplo, como el béisbol, en donde la línea divisoria entre una fase y otra está explicita y da tiempo a cambiar de rol (de bateador a fildeador), equilibrarse en fútbol, es decir, reconvertirse, de acuerdo a la acción de juego, en defensa o en atacante, debe hacerse simultáneamente.
Pasar de una función a otra en milésimas de segundo, es el prerrequisito para aspirar al anhelado equilibrio. Pero hay más: el equilibrio se pone a prueba cuando en instantes de búsqueda ofensiva, el equipo debe encender dispositivos preventivos para abortar la potencial réplica del rival. Esto es, mientras se ataca, se debe defender para evitar el contraataque.
Tratando de encontrar el equilibrio, algunos equipos priorizan la defensa, otros el ataque. Y eso, frecuentemente, está condicionado por el talento humano, el gusto del entrenador, el respeto de un estilo y por la obligación con la historia del equipo.
Esta temporada, como siempre, el Real Madrid, por su exitoso expediente, su talante y por la exigencia de sus millones de seguidores, tiene un compromiso con el juego ofensivo; con ser protagonista de los partidos, con someter la mayor parte del tiempo al rival; y además, tiene que ser equilibrado con grandes figuras llamadas más a desequilibrar que a equilibrarse. Ese es el reto de Ancelotti. Ahora sin Di María, que secundaba a los veloces y goleadores delanteros con su electrizante andar en la cancha y, al tiempo, regresaba a auxiliar defensivamente con su generoso e inagotable espíritu solidario; y sin Xabi Alonso, que desde el centro del campo los protegía con su sentido de la ubicación, su afán por el orden y por su claridad y sentido común para distribuir el balón, les corresponderá, en principio, a Kroos y a James, desde sus maravillosas condiciones técnicas, su sentido de asociación, su agraciada relación con el balón y sus brillantes resoluciones individuales, conectar a los defensas, con el veloz y voraz tridente ofensivo; a dominar más de lo que lo dominen; a crear más de lo que le creen. En resumen, a ser desequilibrante sin desequilibrarse.