En 2018, cuando Barranquilla sea sede de los XXIII Juegos Centroamericanos y del Caribe habrán pasado 72 años desde que esta ciudad organizó el mismo evento.
Felicitaciones a la alcaldesa Elsa Noguera y a quienes la acompañaron en esta conquista, sin duda histórica, para nuestra capital.
La banca, el comercio, el sector turismo, los constructores, los periodistas y los políticos locales están felices. Me imagino que los deportistas y, en general, los barranquilleros también.
El velódromo y el complejo acuático que se construirán, la rehabilitación de los estadios Metropolitano, Tomás Arrieta y Elías Chegwin y la reconstrucción del coliseo cubierto Humberto Perea deberán garantizar que estos quedarán, de veras, para las prácticas deportivas de nuestros jóvenes.
Es más, dentro del corto plazo de cuatro años que nos separan de los juegos, miles de adolescentes colombianos estarán en la edad perfecta de participar como atletas en ese mismo evento. Entre ellos lo podrían hacer muchos coterráneos, si es que empezamos desde hoy a invertir en ellos.
“No hay tiempo que perder”, ha dicho la Alcaldesa. Y estoy seguro de que no se refería solo a la rápida construcción de aquellos escenarios. Sin duda habrá que invertir, de igual modo, en movilidad urbana, transporte público y en nuestro aeropuerto. También, lo más seguro, en publicidad, un rubro bastante costoso pero que bien ubicado muestra la ciudad y atrae, en alguna medida, buenos inversionistas.
No es la reflexión de un aguafiestas, pero resulta vergonzoso, para nuestra sociedad, que hayamos dejado pasar casi setenta años sin remodelar ni reconstruir esos viejos y escasos escenarios deportivos. De su buena utilización dependía la selección cualitativa de nuestros mejores deportistas.
¿Cuándo se acabaron, por ejemplo, los Juegos Intercolegiados, verdadera cantera del volibol, el básquetbol, el fútbol y el béisbol atlanticenses, para solo nombrar cuatro deportes masivos que utilizaban esos escenarios? Las canchas en los barrios desaparecen y, con tanto tráfico automotor circulando, ya no puede ni jugarse en las calles bola de trapo.
Aquí hago eco del editorial de EL HERALDO ayer, con respecto a los escenarios mencionados: “Solo queda confiar en que, esta vez, sean mantenidos debidamente y sirvan a las futuras generaciones. Y que los beneficios que dejen los juegos no se queden en manos de unos pocos sino que lleguen a la sociedad en su conjunto”.
A mediados de julio, cuando termine el Mundial de Fútbol, Brasil se habrá gastado 12 mil millones de dólares en su organización. La mayoría de las obras (financiadas con fondos privados) quedarán como infraestructura para el futuro, pero la percepción de la gente es que ha habido despilfarro y que lo gastado en el Mundial se le restó al pueblo.
Sin ánimo de comparar, es muy necesario ofrecer a todos los barranquilleros la mejor perspectiva de valoración de un evento como el de los Juegos Centroamericanos. Y “hay que tomar nota para no repetir los errores”, como nos lo recuerda Thilo Schäfer en su columna del jueves.