Según el diccionario normal, un libraco de esos que ya no se usan pues todo lo encontramos fácilmente al cliquear unas teclas en Google, la palabra progreso quiere decir: acción de ir hacia delante. Pero como me encanta Wikipedia, allí encuentro otra cantidad de temas sobre el concepto de progreso, los cuales utilizo para desarrollar esta columna. Sobre todo porque esa palabrita me está retumbando tanto en los oídos que ya no sé si es que soy retrógrada o es que la están usando mal los que me la espetan a la cara tan a menudo.

Resulta que según los anónimos editores de la mencionada enciclopedia virtual que hoy en día hace tan fáciles las tareas, el progreso fue ese concepto que surge como contrapeso a las ideas feudales medievales donde la vida en el presente es un mientras tanto llegamos a la otra eterna y perfecta, si nos portamos bien, claro está.

Cuando en el Occidente supuestamente se superan las ideas de las autoridades absolutas del vasallaje y las revelaciones divinas, advienen el Renacimiento y la Ilustración de los siglos XVI –XVII y XVIII que nos llevan a otras ideas de educación antropocéntrica,a la revolución Industrial y el imperialismo europeo. La civilización basada en las ideas de lo humano se empiezan a expandir, mientras la ideología capitalista avanza.

El concepto de ‘progreso’ que inspiraba toda la industrialización del mundo occidental hizo pensar que todo era posible y que la humanidad alcanzaría las cimas de la realización de bienestar en este mundo y no en el otro.

Hasta que llega el agua fría en baldadas o mas bien en nubes de gases letales que usando a la perfección la metodología positivista, logra asesinar en masa y de manera perfectamente ordenada y progresista, a millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial. Guerra, que dicho sea de paso, termina con el atroz efecto de la bomba nuclear, invento de la ciencia moderna y progresista que arrasa con Hiroshima y Nagasaki en segundos como símbolo del poder letal de una nación sobre otra.

Todo lo anterior resumiendo demasiado algo que sería objeto de todo un seminario doctoral, me sirve para poner sobre el tapete de esta hoja en blanco, hoy, si es cierto que todo lo que estamos viviendo los barranquilleros en el presente, es realmente parte de los dolores de un parto que se llama ‘progreso’.

Porque me perdonan, pero esta necesidad progresista que de pronto nos ha asaltado y que nos lleva a chupar cemento hasta ahogarnos, es tan desordenada que me orienta la mirada hacia nuestra vocación por el caos que ya desbordó el carnaval y pasa a hacerse parte de la rutina diaria. Esa del “va porque va”, del “quítate de la vía” perico que ahí vengo yo, del “cógela suave” mientras yo te brinco, del “hay que meterla con vaselina” que luego todos se acostumbran.

No sé, hay algo raro en esos deseos de vendernos un progreso que nos daña la calidad de vida en este precisamente mal llamado “vividero”. No sé, hay algo que me tapa el olor a jazmines de la noche y que no me deja distinguir de dónde viene la sabrosa brisa que me acaricia antes de que vuelvan las lluvias y sus mosquitos.

Antes de que los arroyos que dizque están canalizando se lleven las piedras en que se han convertido tantas calles y terminen de taponar, de una vez por todas, la entrada al maravilloso Puerto de Barranquilla impidiendo las olas del encuentro pasional entre el Mar Caribe y el río Magdalena.

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