Un hermano mexicano, Andrés Valderrama Pedroza, con quien tuve el privilegio de compartir asiento en los salones de la Universidad Nacional Autónoma de México cuando nos entrenábamos en psiquiatría de niños y adolescentes, acaba de enviarme una joya, las diapositivas de un trabajo al que llamó “Ciber-Riesgos Actuales” que hace referencia al riesgo indiscutido al que están expuestos los adolescentes frente a la influencia de los dispositivos de acceso al mundo virtual, en especial los denominados teléfonos móviles. Específicamente aborda el tema de lo que ha sido denominado por los anglosajones como sexting, que es una contracción de sex y texting –en español sexteo–, o sea, el envío de textos y/o imágenes con contenido sexual como práctica común entre jóvenes, lo cual debe diferenciarse del envío de videos con contenido pornográfico.

En 2005, la revista Sunday Telegraph hizo las primeras referencias al término y a partir de allí se iniciaron investigaciones y encuestas que han constatado su práctica en países donde los jóvenes tienen acceso a este tipo de tecnología de manera masiva. El acto de sextear podría ser tomado como una práctica actual dentro de las muchas que los jóvenes de ambos géneros han usado históricamente en la investigación, definición y práctica de su sexualidad, si no fuera porque las consecuencias son impredecibles, una vez que una foto o un video están en el ciberespacio nadie tiene control sobre ellos. Hay estadísticas que muestran que 1 de cada 5 menores cibernautas entra en contacto con un pedófilo. Pero también se presta para el ciberbullying, estafa, extorsión, suplantación de identidad, agresión, ridículo, humillación, fomento de actividad sexual, fomento de actividad homosexual, suicidio.

Valderrama resalta los efectos del exceso de tecnología en jóvenes: acumulación de información sin cuestionamiento, vulnerabilidad ante los posibles abusos, vulnerabilidad ante la actuación de los impulsos de forma inadecuada, saturación de los sentidos que los aturde o los hace indiferentes y sin valorar la magnitud de lo que sucede o hacen, ejercicio de conductas adultas de forma anticipada, adquisición de conductas ajenas vistas como normales o de estatus, tendencia a la innovación extrema, alejamiento afectivo de su familia y amigos, tendencia a vincularse y evadirse con la tecnología y sus contactos, tendencia a vivir una realidad virtual, ver el suicidio, cortarse y otras conductas autoagresivas como normales, elaborar una pseudoideología imitando las vivencias de los protagonistas desde los videojuegos a las series para adolescentes. Preocupante, ¿cierto?

Sus recomendaciones se resumen en pocas palabras: el control de los dispositivos y educación. No hay de otra. Porque la invitación es a que los padres se tomen este estado de cosas con la mayor preocupación de sus vidas, desde educar a los menores en el uso de la tecnología hasta el establecimiento de normas bien claras para los adolescentes. Por ejemplo, los padres SÍ pueden y deben tener acceso a la información que manejan sus hijos en los dispositivos. Ese cuento del derecho a la privacidad solo es aceptable si los jóvenes demuestran que se puede confiar en ellos, no es gratis.

haroldomartinez@hotmail.com