Muchos ciudadanos y organizaciones civiles estamos altamente preocupados por las modificaciones al uso del suelo impuestas por el nuevo POT, sin que hasta el día de hoy hayamos recibido una respuesta satisfactoria, clara y explícita de la dama alcaldesa ni su cohorte de corifeos y áulicos. De modo que continuamos en babia de sorpresa en sorpresa. Y entre los más alucinados del momento estamos los residentes del Barrio Abajo —me cuento entre ellos porque es el barrio de mis amores—, ante la noticia reciente de que Transpitillo, perdón, Transmetro, busca salida hacia su nueva sede en el relleno de los humedales ubicados a la orilla del río flanqueando la avenida León Caridi, que sueñan convertir en cumbiódromo.

¿Cuál es el problema? Nada más y nada menos que parte en dos al barrio más antiguo y mejor conservado de la ciudad con una vía rápida que culminaría en una rotonda donde estaba San Andresito que, además como premio mayor, cercena el parque cultural que llevamos años luchando ante las autoridades y desaparece la posibilidad de que tengamos una zona especial dedicada íntegramente al desarrollo de manifestaciones de nuestra cultura: el Museo del Caribe, la Cinemateca y el Museo de Arte Moderno con la Antigua Aduana y la fundación Luis Eduardo Nieto Arteta llamados a la recuperación social de Barlovento y Barrio Abajo, cuyos habitantes ya están apropiados de cuidar y hacen posible la mejor y más variada programación cultural, libre y gratuita, que ofrece nuestra ciudad. El acceso casi peatonal de hoy desaparecería dando paso a la velocidad del tráfico de camiones de la globalización: ¿es eso desarrollo sostenible? Desde luego que no, es una idea de algún funcionario plasmada en planos, que al parecer nunca fue consultada con los habitantes y, mucho menos, contrastada con las instituciones sitas en el área y los sueños de ciudad verde, cultural e incluyente que tenemos los barranquilleros.

Ante tal desafuero los bajeros están en alerta total: se están reuniendo y formando un frente ciudadano para ser escuchados, al cual me sumo a partir de hoy, como vecina del barrio Rosario a escasa cuadra del barrio de mis amores, por ser respetuoso de nuestras tradiciones carnavaleras y mantener viva la bella cultura de vecindario que significa solidaridad, compartir, inclusión y muchísima alegría. No, no vamos a permitir que el infame concreto destroce lo que con tanto amor y cuidado ha conservado una población de bajos recursos económicos pero exuberante en creatividad y responsabilidad social por su entorno.

Tiene que haber una forma, aunque sea más costosa, de salvaguardar nuestra historia y la riqueza de tener un parque cultural para todos y proteger a quienes por generaciones han brindado una fuerza laboral increíble de artesanos, potentes comparsas, danzas, comedias y bailes carnavaleros y, sobre todo, están arraigados y han sido, sin ayuda estatal, conservadores del patrimonio arquitectónico y el inmaterial. A otro perro con ese hueso del “progreso” materializado en hierro, piedra y cemento que bien lo dijo Enrique Peñalosa, —urbanista internacional— es inhumano y estimula la desaparición del ser humano para darle privilegio a los carros.

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