Para Sigifredo Eusse
Buena parte de mis recuerdos de Barranquilla son del barrio Boston, donde nací y viví hasta los dieciocho años, antes de irme a los Estados Unidos. Boston fue el primer barrio moderno de la ciudad, fundado por el ingeniero norteamericano William Ladd, quien lo bautizó así con el nombre de la ciudad donde él había nacido.
En Barranquilla, primero fue Boston y luego el Prado. Karl Parrish construyó para los más pudientes. Ladd lo hizo para las familias de nuestra clase media ascendente. De calles bien trazadas y avenidas rectas de norte a sur. Para la muestra, Olaya Herrera o Líbano, Cuartel o Veinte de Julio.
De los cinemas, recuerdo vagamente el Boston, donde debíamos llevar cada niño su taburete. Y los de techo abierto como el Buenos Aires, San Jorge, Doña Maruja, de estilo art déco, con una heladería que vendía una exquisita malteada llamada “Vaca negra”, con helado de vainilla y coca-cola.
Lo que ocurría en el Buenos Aires forma parte del relato “Un amor fugaz de butaca”, incluido en Nada es mentira. Julio Charris recuerda la tarde en que lo llevé a cine por primera vez, a él que es hoy gran cinematografista.
Tres restaurantes marcaron también mi crecimiento en el barrio Boston: el ABC de Urbano Salgado, por su exquisito arroz con pollo y sus deliciosas ofertas de Navidad; los sándwiches incomparables de Los Cámbulos en la 58; la carne asada de Mi vaquita, junto al Doña Maruja, y el ambiente extraordinario del Chop Suey, adonde me llevaron pequeñito. Después, con las muchachas de otros barrios, aprendería junto a mis carnales del colegio a apreciar las oscuridades del Jimmy Lounge, el Caroni y el Toro Sentado, detrás del Hotel Majestic.
Pero de William Ladd nadie aquí parece guardar una foto. Quizás don Alfredo de la Espriella. No se le hizo una estatua ni se le dedicó una calle. Se le olvidó por completo. Lo olvidaron los individuos de una sociedad que, vaya ironía, creen vivir en Miami y suspiran por ser gringos. Lo olvidaron a él, que montó aquí la primera compañía telefónica, que fundó con John Vanderbilt el Colegio Americano y que donó los terrenos en los que se construyó el estadio Romelio Martínez. William Ladd pertenece al combo de estadounidenses que vinieron a hacer ciudad y se quedaron a vivir, muchos de ellos, hasta su muerte. Hablamos de hombres como Elías Porter Pellet, Karl Parrish y Samuel Hollopeter, actores y testigos de la mejor Barranquilla de la historia.
Yo nací en una casa grande de la calle Victoria (la 59) con Líbano (la carrera 45) a dos cuadras de La Cueva. Entonces todas las calles eran de arena y los niños del barrio vimos cómo las fueron cubriendo poco a poco de asfalto.
Por años tuve la sensación de que la ciudad crecía alrededor de mi casa, en realidad la casa de Herminia Prada, mi abuela materna, que había llegado huyendo de la violencia reinante en Piedecuesta, Santander, donde se masacraban liberales y conservadores. Mi abuela y su hermana Juanita regresaban del río a la casa cuando encontraron asesinados a sus padres. Tomaron lo que pudieron, entre ellos los anillos de su madre, y se montaron a una carreta que venía para la Costa. En Barranquilla, mi abuela conoció a Luis Tapias, un contador público que había llegado también de Piedecuesta años atrás, buscando una mejor vida. Se enamoraron, se casaron y tuvieron dos hijas: Alicia, mi madre, y Graciela, mi tía. También ellas nacieron en la misma casa. La de Boston. (Continuará).
@HFiorillo