Escribo esta columna desde Guangzhou, la capital más populosa del sur de China. Fue aquí donde Deng Xiaoping lanzó en 1961 su famosa frase: “No importa que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”. En esta ciudad de 15 millones de habitantes, cálida como Barranquilla en esta temporada, tiene lugar la feria comercial más grande del mundo, y he venido con una delegación de Fenalco donde hay empresarios y funcionarios públicos.

Lo que da más duro es el cambio de horario. Mientras escribo son las 7 de la noche aquí y las 6 de la mañana en Colombia.

Llegamos tras una escala en Nueva York. El vuelo tarda 16 horas a Hong Kong. La alteración del horario descoloca a cualquiera. Sin embargo, el organismo se adapta rápido sin que el sueño alcance su habitual normalidad.

La estancia en Hong Kong fue muy agradable. A mi grupo lo recibió un guía siempre risueño que se hizo llamar Lorenzo para que nosotros no nos confundiéramos con su nombre chino. Haciendo gala de un buen sentido del humor, nos dijo que a los chinos les encanta comer perros y que su carne sabe a cordero. Como soy caballo de buena boca, confieso que me despertó la curiosidad. Hong Kong era una isla de pescadores de 7.000 habitantes cuando la colonizaron los ingleses. Hoy tiene más de 7 millones de pobladores, la mayoría chinos y hablan cantonés, a diferencia de la China continental en la que se habla mandarín. Tiene un desempleo muy bajo del 3 por ciento y el salario mínimo es de 900 dólares americanos (un millón ochocientos mil pesos aproximadamente). Me llamó la atención que Lorenzo hablara siempre de Hong Kong y China como dos países diferentes, y contó que cuando Inglaterra devolvió la isla, Deng Xiaoping le aseguró a Hong Kong su independencia y de hecho es una región administrativa especial donde residen hombres muy ricos que se dan el lujo de vivir con varias mujeres. Aún más: nuestro guía nos aseguraba que el anhelo de todo chino es vivir en Hong Kong por su alto nivel de vida. Impactan sus rascacielos, sus avenidas, sus puentes, sus túneles, la limpieza, el orden, su espacio público despejado.

Claro que Guangzhou no se queda atrás: es un testimonio de la descomunal transformación de China en los últimos 30 años. No sólo son sus espectaculares rascacielos y sus espaciosas avenidas que lo dejan a uno boquiabierto. Son sus andenes amplios, sus puentes peatonales espléndidamente arborizados, y es la abundante vegetación urbana que hace ambientalmente sostenible a esta gigantesca urbe china. Admirable, asimismo, su magnífico transporte masivo. Todo esto es algo que una ciudad como Barranquilla merece también tener. Para eso, lo único que se requiere es voluntad y orientar recursos hacia allá.

China celebró en este mes de octubre su fiesta nacional. Hace 64 años, el 1 de octubre de 1949, fue proclamada la República Popular China. Fue el triunfo del Partido Comunista, liderado por Mao, a quien por cierto en el libro de Acemoglu y Robinson, ‘Por qué fracasan los países’, le atribuyen esta frase: “Ese hombre, Hitler, era todavía más atroz. Cuanto más atroz, mejor, ¿no crees? Cuanta más gente matas, más revolucionario eres”. Con todo el respeto que me merecen estos dos prominentes académicos norteamericanos, no sé de donde sacaron esta frase porque no recuerdo haberla leído nunca en las obras completas de Mao, y no creo que haya sido un correo electrónico interceptado porque el líder chino, fallecido en 1976, no conoció el Internet. Este viernes vamos a Shanghai. Les seguiré contando en la próxima columna.

Por Horacio Brieva
@HoracioBrieva