Una cosa es Holanda y otra Colombia en materia de drogas. Lo digo porque escribió a este diario un erudito investigador de ese país en asuntos de drogas para intentar rectificar con inocentes argumentos lo imposible, como que la lucha contra ese flagelo es un fracaso. Según él, no lo es.
Y señala que la política contra las drogas ha tenido cambios significativos. Loable su intención. La de hacernos creer que el mundo va logrando buenos espacios en esta difícil tarea. Esa lucha es inferior, pero muy inferior, al botín de las mafias y a la banalidad de un sector de las autoridades y de la gente que se lucra con el lavado de activos.
Y dice el investigador, que trabaja para el respetado Instituto Neerlandés de Relaciones Internacionales Clingendael, que “tal vez todavía no se trata de un cambio de paradigma de la política de drogas al nivel internacional, pero con tantos avances a nivel local, nacional y regional, ya no se puede defender que no haya nada nuevo bajo el sol”.
Qué casualidad, así termina un correo que me envió hace poco un destacado catedrático y ex juez penal de Barranquilla a propósito de la columna: “El fracaso de la lucha antidrogas, historia repetida” y del encuentro sobre el tema en la reconocida Cátedra Fulbright de la Uninorte.
Anota el distinguido profesor y exjuez que “estuve escuchando la docta intervención de algunos de los expertos y no hay nada realmente nuevo bajo el sol”. Tal vez lo nuevo sea la gran cantidad de drogas sintéticas.
¿Y los avances locales, nacionales y regionales?, ¿cuáles son? Aunque sea eso lo que queramos todos, aquí el impacto que nos produce el narcotráfico ha dejado secuelas casi irreparables en la sociedad. Corrupción y violencia son las dos palabras que van bien de la mano de esta especie de maldición agresora de miles de colombianos. Y no hay que tener ningún vínculo con ese mercado, ni como consumidor ni como exportador, para sentir los embates de quienes están en ese lucrativo y pérfido negocio.
¿O acaso los colombianos de bien no se sienten amenazados cuando las noticias los acribillan con el avasallamiento criminal de los grupos del narcotráfico?
Los Urabeños y los Rastrojos no son bandas de ladroncillos callejeros. Son grupos que se pelean las rutas del narcotráfico y a su paso van dejando una estela de dolor y miedo. Viven a la vuelta de la esquina. Muy lejos de Holanda. Dudo mucho que ese sea un país permeado por el narcotráfico. Al contrario es una sociedad pujante y distante de nuestra realidad.
Afirma entusiasmado el acucioso investigador que entre los avances están el cambio drástico hacia la legalización de cannabis en Uruguay, la despenalización de su consumo en dos estados de los EEUU y otra cosilla sobre Bolivia. Son paños de agua tibia. Nada comparado con lo que ocurre en nuestro suelo.
Hace 25 años el periodista Germán Castro Caycedo contó que la marihuana se sembraba en grandes cantidades en California y que el tema no era moral, ni de salud sino económico. ¿No sabe acaso el sesudo investigador holandés que el de la droga es el negocio más lucrativo del mundo? Según la DEA, las ganancias son de 500.000 millones de dólares. A nivel nacional, los narcos manejan más de 18.000 millones de dólares, que es el 50 % del PIB. Por lo pronto, más de 350 millones de personas en el planeta consumen drogas.
Colombia sigue poniendo en esta lucha la parte más importante: el capital humano y la dignidad.
Por Humberto Mendieta
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