Fue en este Brasil de profundos cambios, donde ya las cosas no se mueven al embrujo de la samba carnavalera o de un balón de fútbol, donde Francisco, el primer papa latinoamericano, empezó a hacer realidad su compromiso jesuita con un mandato de dimensión social, servicio y justicia. La visita del argentino Bergoglio a nuestro continente está cargada de escenas, momentos y palabras de gran significado para un mundo que ya estaba hastiado de los escándalos sexuales y financieros de la Iglesia católica, no solo en el Vaticano, sino en todas partes del mundo.

Afirmar que el diablo existe, pero Dios es más fuerte, compartir con jóvenes drogadictos, entrar a favelas y conseguir que un niñito con la simbólica camiseta del campeón Brasil llore de emoción y le bese la mano se suma ahora a lo que ya sabíamos de este papa carismático y que sentimos muy humano porque: sana enfermos, rechaza los lujos y excesos que van desde los zapatos rojos de satín, hasta habitaciones 5 estrellas y carros costosísimos. Son decisiones que muestran sencillez y humildad, a tiempo que nos confirman que estamos frente a un pastor o párroco mundial, que es más cercano a las necesidades de los empobrecidos.

Es el tiempo de un aire fresco, como ya lo había recomendado hace más de 50 años su antecesor Juan XXIII. No se puede afirmar, sin embargo, que este hombre, evidentemente tercermundista, vaya a mover estructuras: será muy difícil que llegue a aceptar la homosexualidad como opción de vida o la implementación del aborto, tampoco creo que le dé sacerdocio a las mujeres, pero por lo menos, se atreve a ser reformista y a sacudir con fuerza una iglesia que venía derrotada, desprestigiada y rancia, sobre todo en este continente, donde están los mayores conglomerados de fieles, esperando la redención de sus carencias.


Un catolicismo aferrado a Europa y a los dogmas imperiales se advierte ahora con Francisco, con ánimo de reconciliación y humildad, dispuesto a ganar seguidores, a abrir puertas a la sensibilidad y a la equidad social. Analizando la praxis del papa, llego a pensar si esto es real o por el contrario, obedece a una calculada y salvadora estrategia mediática. Pero, finalmente, tengo la certeza de que es lo primero, porque era lo que desde hace rato pedíamos y necesitábamos. Esta primera visita a Latinoamérica de Francisco (fíjense que lo de su santidad ya ni le pega), me lleva a las horas de dedicada investigación con Máximo y Gloria, cuando pulíamos la tesis que nos permitió ser maestros en estudios político-económicos, de la Universidad del Norte.

Nuestros presidentes de investigación: el exgobernador Arnold Gómez y el queridísimo Alfredo Correa D´Andreis (q.e.p.d.) nos ajustaban los planteamientos sobre el entonces alcalde de Barranquilla Bernardo Hoyos Montoya y su accionar como ‘cura obrero’ de la Teología de la Liberación. Para entonces el nicaragüense Fernando Cardenal; el peruano Gustavo Gutiérrez Merino el colombiano Camilo Torres y el argentino Leonardo Boff eran, con su corriente teológica de las Comunidades de Base y el Cristo Liberador, el epicentro de horas de estudio. La pregunta eterna de cómo ser cristiano en un mundo oprimido y la búsqueda de una iglesia no alienante, sino de equidad, nos mostraban para esos días la importancia de la Conferencia Episcopal de Medellín en el año 68 y el Concilio Vaticano II, donde se sembró la semilla de este Francisco de hoy. ¡Ahora ya hay una respuesta! Aun cuando no se concretó el encuentro, apenas llegó a Río de Janeiro, el papa pidió el libro de Boff De Francisco de Asís a Francisco de Roma. Eso nos confirma que por el Vaticano corren vientos de liberación.

Por Mábel Morales
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