El nudo gordiano era, en la antigüedad, el que estaba atado al yugo de la lanza del carro de Gordio, rey de Frigia, el cual dicen que estaba hecho con tal artificio que no se podía descubrir ninguno de los dos cabos.
Tal parece, que actualmente está ocurriendo lo mismo en el proceso de paz que se ventila en La Habana, con el punto de la participación política de las Farc y la refrendación del acuerdo definitivo por una Asamblea Constituyente, que exige perentoriamente ese grupo faccioso.
Pero, además de esa pretensión, también han incluido los voceros de la guerrilla en la mesa de diálogo 10 puntos mínimos para reestructurar el Estado. Ante tamaña sorpresa y celada contra las reglas del juego pactadas de manera transparente, en los 5 puntos de la agenda bipartita, tanto el presidente Santos como su Ministro del Interior han respondido categóricamente, advirtiendo que de ninguna manera se contemplaba la posibilidad de realizar una Constituyente.
En esta columna, hace varios meses sugerí, respetuosamente, como fórmula de refrendación la Consulta Popular Nacional, contemplada en el art. 103 de la C.P. y en la Ley de Mecanismos de Participación Ciudadana, pero es evidente que los líderes de las Farc no tienen confianza sino en una reforma constitucional para refrendar el texto final de la paz.
Entonces, a ellos se les puede aclarar que el proceso de convocar y poner en marcha una Asamblea Constituyente es mucho más demorado y complejo que la expedición de un Acto Reformatorio de la Constitución vigente, el cual sale en el mismo tiempo en el que se tramita y aprueba una ley ordinaria en el Congreso nacional.
Además, para rodear de garantías a la insurgencia, con los compromisos que se pacten en el Convenio terminal, nada más aconsejable, en esta coyuntura arriesgada, que se aclare en el documento respectivo cuáles puntos son obligatorios de convertirse en normas constitucionales y cuáles no. Y una recomendación final sobre el tema: No hay que creer ciegamente en la soberanía y supremacía absolutas de las asambleas constituyentes, porque estas casi siempre terminan bajo la influencia dominante del líder nacional fuerte de un momento histórico determinado, tales como el General Mosquera, en 1863; Rafael Núñez primero y Miguel A. Caro después, en 1885; Rafael Reyes en 1905, Laureano Gómez primero en 1953, y el General Rojas Pinilla después, hasta 1957, y César Gaviria Trujillo en 1991, con su apertura económica, la prensa y los partidos de su coalición de gobierno.
Gustavo Petro, auténtico caribeño como nosotros, se hizo elegir Alcalde Mayor de Bogotá, después de una contundente campaña contra la corrupción administrativa en la alcaldía de Samuel Moreno, habiendo descubierto el entramado delictuoso del carrusel de la contratación; pero no ha sabido gobernar con acierto y habilidad de mandatario popular, provocando tempranamente una oposición frenética y sectaria, con solicitud de revocatoria de mandato y formalización de cargos por la Procuraduría, en proceso disciplinario.
Su personalidad, según muchos, acusa excesos de su ‘libidoimperandi’, como dice Marañón, o por su talante egocéntrico, como dicen sus amigos. A mí se me parece en esta época al alcalde de París Pethión, elegido en la primera Revolución Francesa por jacobinos y girondinos, a quien Lamartine define así: “Si se hubiera querido personificar la anarquía para colocarla en el Ayuntamiento de París no se habría encontrado un hombre más a propósito que Pethión”.
Por Ricardo Barrios