Estamos ya en la mitad del año 2013. El tiempo pasa tan rápido mientras nos encontramos viviendo muy de prisa en una sociedad que tiene que estar llena, llena de cosas, donde hay que tener de todo. El último celular, la última tableta, el último grito de la moda, lo más novedoso en tecnología o la mejor fiesta. Se llenan las hojas de vida de especializaciones, maestrías, cursos, nuevas técnicas, etc.

Se consumen y se llenan las bibliotecas de libros de autoayuda, de cómo alimentarnos saludablemente, de la carta astral, de cómo encontrar el ángel perfecto, cómo vivir en plenitud. Y en este proceso de tenerlo todo, hay una creciente corriente en búsqueda de tener la eterna juventud, donde existe un abanico de tratamientos de belleza, vitaminas, gotas homeopáticas, gimnasios y entrenadores personales.

En esta sociedad de consumo, utilitarista, nos llenamos de cosas inútiles que después hay que desechar porque no nos sirve y tampoco nos las vamos a llevar. Así como desechamos todo lo que no nos sirve, de la misma manera se utiliza y se desecha a las personas por las conexiones que tienen, por la utilidad que puedan prestar, por la palanca que pueda proporcionar. Todo se vuelve desechable.

Cuando no se ve la vida como proyecto podemos arriesgarla haciendo cosas equivocadas, que en vez de llenar y dar plenitud dejan un vacío enorme, porque el ser humano nunca se llena, por eso cada vez queremos más y más, mientras se nos olvida que lo único que lo llena es Dios.

¿Será que nuestra sociedad está viviendo el ‘síndrome del niño rico’?, según el autor de un libro, un profesor de la Facultad de Medicina de Harvard, es vivir teniéndolo todo en exceso; exceso de dinero, exceso de comida, exceso de información, exceso de diversión, exceso de libertad. Lo peor de todo es que a pesar de estar llenos de tantos excesos, hay síntomas de frustración, fobias, y se maneja un alto nivel de ansiedad que pone en peligro la salud física y emocional.

La vida como proyecto es la oportunidad para trascender, dejar huella y perpetuarse en el tiempo. A nadie le van a preguntar ¿cuántos carros compraste?, ¿cuántos títulos universitarios tuviste?, ¿cuántas propiedades adquiriste?, ¿cuánto dinero en el banco dejaste? Lo que sí nos van a preguntar es ¿Qué hiciste con todo lo que te di?

Por Luz María P. de Palis
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