La Universidad del Atlántico fue fundada a mediados del siglo pasado, por un filósofo. Julio Enrique Blanco De la Rosa, lector crítico y traductor del pensador más grande de la Modernidad, Inmanuel Kant, de quien vertió al español sus “Prolegómenos a toda metafísica del porvenir” y “De las Formas y Principios del mundo sensible e inteligible” y divulgador, en gran medida de su pensamiento, en más de 20 escritos publicados en revistas como Voces, América Española y en sus cuadernos autobiográficos como lo reseña el profesor Eduardo Bermúdez en el artículo “Julio Enrique Blanco: Lector de Kant” (Revista Amauta 2009).
Mantiene un programa, a nivel de pregrado de Filosofía, creado a fines del siglo XX, siendo Decano el profesor José Coley en la Facultad de Ciencias Humanas, donde se enseña Lógica y se dicta un Seminario sobre Kant cuya Lógica crítica es uno de los pilares de los tiempos complejos.
Con esa herencia de pensamiento crítico y reflexivo, no automático, y con una escuela de pensadores en su convulsionado vientre, no me explico que, en este nuevo siglo, la Universidad del Atlántico no sea el faro que oriente la vida y el desarrollo del Departamento que tiene en ella la única universidad, financiada con dineros del Estado.
Y no encuentro explicación al no uso de la razón para resolver los naturales conflictos del mundo universitario, porque estoy convencido que a la Universidad no se la está pensando en su propia naturaleza jurídica y en su combustión de sueños y realidades.
El convencimiento me nace, no sólo de la experiencia, sino porque he aprendido la enseñanza de Jean- Jacques Rousseau, quien dijo: “Nada es más peligroso que la influencia de los intereses privados en los negocios públicos”. Ese peligro late aún con intensidad, en ese volcán que es nuestra Universidad pública.
La Educación Superior es un servicio público esencial. Y como tal padece, la presencia de los “intereses privados” frente a los públicos. Por ello una Institución pública, puede ser coptada por intereses privados de todo tipo, olvidándose que es un bien de todos y para todos. De ahí que cada quien se crea, y lo pregone, dueño de ella.
Aludo a políticos que la ven como una “casa de votos”, a gobernantes demócratas que aún no la entienden como Ente Autónomo; a quienes la defienden, desde su propia óptica, como “la gallina de los huevos de oro”, a exrectores que la observan siempre en desgracia, mientras esperan que sus negocios prosperen; a quienes colocan la fuerza del argumento en “capuchas” y hachas para abrir candados y cerebros; a docentes que la comprenden solo desde la perspectiva laboral, y a otros que todavía no entienden que al palo de papaya también se le acaba la leche.
La Universidad abierta es de todos, cerrada por el peligro de “los intereses privados”, no le sirve a nadie, ni a sus defensores. En ese sentido, presumo, hay que pensarla, siempre abierta en su autonomía y en sus retos. Sería provechoso regresar a los orígenes de la racionalidad Kantiana en el Caribe, ampliando la cátedra “Julio Enrique Blanco”, que dicta en Filosofía el profesor Julio Núñez Madachi, a los demás programas para que se conozcan de la obra y pensamiento del fundador y éste no sea una escultura o un salón de clases, sino la presencia de la racionalidad y de lo razonable en la Universidad. Es hora de la razón y no de la emoción.
Por Gaspar Hernández C.
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