El cielo se resquebraja por la alta tensión del calor insoportable y la alternancia del frío. Es la tormenta que se adueña del calor y del frío, del frío y del calor. Buscamos un hueco en la tarde.
He paseado por los nuevos barrios con que se estrena la nueva Barranquilla. Me he maravillado del vértigo del desarrollo de las nuevas construcciones que nos abruman con el empuje de su expansión. Llueve. El cielo parece romperse.
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Días de tormenta en la naturaleza y en la convivencia de los hombres. Guerra. Desavenencias que afectan a todas las partes del mundo. Siria. Israel. Afganistán. Las guerras árabes. África, que también es afectada por el delirio de dar destrucción y muerte. Los desequilibrios económicos entre los pueblos y sus regiones. Las chácharas verbales con que se quisiera ocultar y negar el vacío y la ausencia de realidades concretas.
En el último mes de abril, en el Reino Unido ha muerto una de las figuras políticas más controvertidas, con nombre de mujer. Margaret Thatcher, que partió la historia en dos, no solo para su país, sino para la ideología ultraliberal que, en su pragmatismo, fue acusada de egoísmo y culto a la avaricia, posturas que ella vendía como el último de los evangelios: “Mis políticas no están basadas en teorías económicas sino en cosas con las que yo, y millones como yo, fuimos criados: un honesto día de trabajo para una paga honesta, no vivir por encima de sus posibilidades, ahorrar y pagar las cuentas”.
Consagrada como profetiza de nuestro tiempo y aceptada como tal.
Por Jesús Sáez de Ibarra