Las últimas semanas han sido especialmente removidas. Yo tengo la impresión de que esta sacudida de nuevos sentimientos que despierta nuestro papa Francisco se podría clasificar como un hecho histórico que nos ha impactado tanto a creyentes como a incrédulos.

Una mañana tuve una conversación con alguien que, para evitar malentendidos, subrayaba ser, indudablemente, increyente. Y manifestaba que la experiencia que más le conmovió fue el gesto del papa Francisco, buscando el terror de la tierra, caído en oración, suplicando a los fieles que rezaran por él.

Por un instante, todos sentimos que ese fenómeno religioso vibraba sobre nuestras cabezas, y solo acertamos a decir: “Este parece un hombre distinto”.

Pero, no nos pongamos tan serios. Este hombre también tiene un gran sentido del humor, y por solo señalar un ejemplo, recordemos el encuentro que, con la colaboración de la presidenta de Argentina, nos regaló ‘una florecilla franciscana’ que será difícil de olvidar: “¿Nos tomamos un mate?”

Y, otra ‘florecilla’: en el encuentro con el presidente de gobierno español, Mariano Rajoy, este le obsequia una camiseta de la selección española. Y el Papa la recibe con la cómplice alegría futbolera del más puro hincha argentino.

Tengo la certeza de que en este ingenuo juego de palabras y gestos hay más cercanía de la Iglesia con el mundo que en una sesuda homilía eclesiástica. Tengamos abierto el corazón, porque nos esperan sorpresas sencillas que nos refrescarán la vida.

Por Jesús Sáez de Ibarra