Muchos valores positivos como la honestidad, la ética, la transparencia, la rectitud, la lealtad y el buen juicio, que en pasadas épocas eran bien considerados y requisitos fundamentales en la escogencia de personal para cargos de responsabilidad y compromiso ciudadano, hoy son sinónimos de piedra en el zapato para los mezquinos intereses de los llamados amos del poder, porque prefieren a las personas abundantes en ambiciones, pero con escasos principios y de dúctil manipulación, con las cuales se puedan acomodar en el ancho camino de la codicia personal.
Ser una piedra en el zapato significa ser consciente de la misión a cumplir en custodia y defensa de saludables posiciones que benefician el interés general, pero que a la vez entorpece la acción de unos pocos, cuyo objetivo no es otro que el de sacar el mayor provecho posible de ese cuarto de hora de oportunidades que el presente les ha dado, sin importarles comprometer negativamente el futuro.
Los perseguidos o amenazados son los honestos, y por esa misma honestidad se ven obligados a refugiarse en sí mismos, a no ser nadie frente a un poder distorsionado que todo lo abarca y que no tolera diferencias. En ciertos países, cuando un funcionario corrupto es descubierto, ese funcionario tiene un problema; pero en otros, el problema lo tiene quien lo descubrió.
Para el que tiene bien ganada la fama de honesto, es una piedra en el zapato al que se le margina del reconocimiento y el estímulo, al que se le desmotiva y se le aplica el maltrato psicológico, al que se le aísla y se le desconoce su talento, al que le escudriñan las fallas y lo hacen tropezar, al que no tienen en cuenta ni nombran para los cargos de confianza y manejo, al que se ve obligado definitivamente a refugiarse en lo suyo con la capacidad que le ha dado la vida para solventar su existencia y mantenerse mentalmente equilibrado en su recto proceder.
La fortaleza de la honestidad está en una moral trascendente, en una disciplina de austeridad y en el espíritu de sacrificio, de tal modo que no sea fácil sucumbir ante los embates de una sociedad que se pavonea oronda entre el fraude y el engaño.
Roque Filomena
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