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“La desidia es sosegada, por eso las malas costumbres la adelantan”. San Agustín

Escuchaba en estos días, una entrevista que hicieron en Mañanas Blu de las 10, que dirige Camila Zuluaga, a Carlos Carrillo, director nacional de la UNGRD. En ella le preguntaron por la situación de La Mojana sucreña.

Desde hace años, he escuchado hablar sobre esa subregión, pero sólo me la he imaginado con base en lo que he visto por televisión y por lo que hablaba un cuñado ya fallecido. Era médico con alma de agricultor y siempre estaba sembrando arroz por los lados de Guaranda (Sucre). Tenía años buenos y malos. Pero, la agricultura es así: hay años buenos y malos.

Sin embargo, cuando la codicia del ser humano se hace presente, todo se daña. Eso acabó con la generosa y espontánea producción de la Mojana.

La novela colombiana, La Rebelión de las Ratas, de Fernando Soto Aparicio, comienza así: “Antes todo era sencillez, rusticidad, paz. Y de pronto el valle se vio invadido por las máquinas; el medio día fue roto por el grito estridente de las sirenas…”

Desde principios del siglo pasado, Colombia ha sido víctima de los depredadores del medio ambiente, de la codicia de los hombres. Ha sucedido en todas las regiones del país y La Mojana sucreña ha sido una de las más afectadas.

Esta subregión, bañada por los ríos Magdalena, Cauca y San Jorge era fuente de vida para pescadores artesanales; agricultores que sembraban arroz, yuca, plátano, maíz; así como ganaderos y comerciantes. Sin embargo, cuando los ambiciosos buscadores de oro comenzaron a desviar cauces y utilizar maquinaria y a contaminar con mercurio las fuentes hídricas, alejaron la fauna y marchitaron la flora.

Cuando a un río se le desvía su cauce, tarde o temprano lo busca y vienen las inundaciones. Y si hay un fenómeno como el de La Niña de 2010-2011 el desastre es inmenso.

En los pueblos ribereños, algunas autoridades tratan de mitigar el riesgo, construyendo diques o jarillones que son tomados como carreteables. Sin embargo, el río cual fiera embravecida termina rompiéndolos y por ahí se va el agua, sin dar tiempo de recoger nada. Algunos lugareños recogen algo de lo que sembraron o sacan el ganado que terminan vendiendo casi regalado.

Eso fue lo que sucedió en el tristemente famoso boquete de Cara ‘e Gato que se abrió en el año 2021 y el cual necesita mucho dinero para ser cerrado. Ningún gobernante podrá hacerlo, mientras no se acaben las agresiones a los ríos y no se invierta una cantidad de dinero que el país no tiene.

Definitivamente, los Everglades colombianos no tendrán la misma suerte de los norteamericanos. Son culturas diferentes.

JOSE MARIA COTES RICCIOLI