La connotación espiritual y mágica del encendido de velas se ha convertido en una fiesta de música, alegría y jolgorio en el día de las velitas, que pese a su actualización sigue conservando un valor tradicional, como la fecha que marca el inicio de los festejos navideños en el país, dando lugar a días de luz cargados de simbolismo y unión familiar.
De esta forma se prenden los días de diciembre, pero se va apagando poco a poco la pólvora en una sociedad que se va adaptando a nuevas formas y costumbres, con una mayor conciencia de vecindad y convivencia basada en la moderación y el respeto por los demás.
No podemos dudar que la pólvora es un elemento perturbador, que puede causar daño no solo a las personas que la manipulan, sino a quienes están alrededor.
En el viejo Macondo, en lugar de prender velas, se quemaba directamente el dinero en noches de delirio y cumbiamba, costumbres que razonablemente fueron capaces de desaparecer y pudieron darle al dinero un mejor destino a medida que fueron apareciendo las verdaderas necesidades de una comunidad que derrochaba en la abundancia.
A lo largo de la historia, las celebraciones navideñas y de fin de año, han estado siempre acompañadas del bullicio, el fulgor y la alegría, es por ello que zumba en los oídos el eco imaginario de la explosión de la pólvora que invita al gasto desmesurado y al anhelado festejo; motivados, además, por un ferviente reencuentro familiar y por una comunidad que se muestra complaciente y divertida en esta época del año.
Celebremos los días de diciembre, con mesura y controlada explosión de entusiasmo.
Roque Filomena