Sabemos que el mosquito elige su víctima en función de su olor, del color de su piel, del gas carbónico que exhalamos, de nuestra edad, de nuestro estado de salud, el calor y la humedad de nuestro cuerpo, cuantos más factores reunamos, más opciones tenemos de recibir su picada.
Igual el bicho de la política, está en todas partes, en los quehaceres diarios, no es un bicho estático, se desplaza con sorprendente facilidad de un lado para otro hasta escoger a los más susceptibles personajes para inocular su aguijón, casi imposible de recuperar el natural semblante luego de que se ha surtido su efecto somnífero de carácter adictivo, y después de doblegar la voluntad del escogido, se tornan irreversibles sus secuelas, quedando a merced de una nueva picada, con efectos secundarios convertidos unas veces en pasión, otras en ambición y se empieza a notar un cambio en la personalidad como indicio de que el bicho ha hecho mella.
Lastimosamente, el concepto de política ha sido subvalorado e incluso tergiversado, hasta tal punto, que parece que somos tan solo una minoría desafortunada quienes no formamos parte de ella. Los que están en el poder siempre lo han estado; el nepotismo, la corrupción y el favoritismo se ha vuelto cultura y ha sido una costumbre y más que un arte, una forma de vida social colmada de privilegios, muchas veces inmerecidos.
Algo curiosamente similar y a la vez contradictorio, sucede con el bicho de la política, porque en vez de ahuyentarlo, lo atraemos o nos colocamos al lado del que ha sido blanco de su picadura, y si ya lo tenemos dentro, le colocamos “bichuchero” para que no se salga, o usamos permanentemente lociones atrayentes en lugar de repelentes; porque así es el bicho de la política, una vez que pica, la persona supuestamente afectada, espera deseosa la visita de nuevos picadores y la oferta de mejores tratamientos.
Sin embargo, no podemos descartar que una política bien estructurada y fundamentada es necesaria en el desarrollo de la función pública y más aún, cuando predomina la coherencia y el respeto por la democracia y los derechos ciudadanos, y de esta forma, no habría razón para mirar a sus exponentes como Bichos raros, sino más bien destacar lo beneficioso para la entera comunidad cuando es ejercida por personas idóneas y con reconocida vocación de servicio y un ponderado ejercicio del poder político, donde el bien común sea el más claro horizonte.
Roque Filomena