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El profesor ‘Morre’ Romero junto a sus alumnos Óscar Ballestas, Daniel Chinchía y Eduardo Rosado. Josefina Villarreal
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Tres niños Down lideran su propio conjunto vallenato

La agrupación hace parte de la Academia de la dinastía Romero.

Serio y concentrado, Óscar toca un paseo con su acordeón. Apenas levanta la mirada para ‘hablarle’ con los ojos a Eduardo. Él, cómplice, le sigue el pase con su caja. Daniel se pone de pie y, enérgico, se suma con la guacharaca. Son tres jóvenes con síndrome de Down y una sola parranda, que invita a disfrutarla sin condición alguna, como cualquier fiesta vallenata.

Óscar Alberto Ballestas Saurith es el nombre completo del acordeonero de 20 años de edad que se ha coronado rey en los cinco festivales vallenatos organizados hasta la fecha por la Fundación para la Investigación y el Desarrollo de la Educación Especial (Fides), en épocas distintas a las del Festival de la Leyenda.

Bastó que Óscar aprendiera a caminar para que empezara a necear el acordeón de su hermano. Terminó su primaria y de ahí no quiso otra cosa distinta a dedicarse a la música.

Yendo tras su deseo se encontró con sus compañeros de fórmula: Eduardo Andrés Rosado Bonilla, de 22 años, y Daniel Chinchía Calvo, de 15. Los mismos que cada jueves arman la parranda, junto a otros 32 niños Down, en la academia que la dinastía Romero fundó hace cuatro años en Valledupar.

La habilidad para interpretar el acordeón que desarrolló un miembro de la familia Romero, muy a pesar de su retraso motriz, fue la motivación que tuvo José Fernando, el ‘Morre’, para crear la escuelita junto a su padre. Una razón sumada a la numerosa población de niños con Síndrome de Down que, dice, hay en el Cesar.

“Por lo menos aquí en Valledupar hay unos 400 con esta condición, y eso, los que conocemos porque los papitos los han mostrado, porque hay casos que no (se muestran)”, apunta Sol Ángel Saurith, directora de la fundación Funcedown y mamá de Óscar, el acordeonero que ahora toca una puya, su aire favorito.

“Él es el motorcito que me obliga a pensar en todos los niños como él”, agrega, sin quitar su mirada alcahueta hacia los tres músicos en acción.

Y es que si algo tiene asegurado el género vallenato con estos tres jovencitos es la esencia que lo alzó como patrimonio de la humanidad ante la Unesco. Sus cuatro aires, netos, son los favoritos de este trío multifacético.

Vallenato y deporte
Mientras Óscar ahora decide medírsele de tú a tú al ‘Morre’ Romero en un duelo de acordeón –como aquellos que el reconocido acordeonero protagonizaba junto a Israel en el Binomio de Oro– Eduardo sigue golpeando habilidosamente la caja que le regaló su padrino hace tres años, con la fuerza negra que exige este instrumento de percusión y que ha podido adquirir alzando pesas.

Sí, a Eduardo le gusta alzar pesas en el patio de su casa todos los días y, como si fuera poco, la rapidez y coordinación que tiene en sus manos también le sobran en sus pies, por lo que también ha podido alzar medallas de oro en competencias de atletismo de Fides.

El inquieto Daniel, quien no puede hacer sonar su guacharaca sin dejar de bailar y brincar, y Óscar, el espíritu líder de la escuela, también son ‘reyes’ del ciclismo.

Óscar, aunque ahora solo piensa en seguir su profesor el ‘Morre’, Silvestre Dangond y a Kvrass, hace unos años le seguía los pasos a Nairo Quintana. En 2011 fue campeón en un torneo internacional de ciclismo que se llevó a cabo en Argentina, y ni qué decir de los títulos que ya ha conquistado en su natal Valledupar y Colombia.

De Daniel no se puede obviar que vibra y salta en un toque musical tanto como en el estadio. “Junior, Junior, Junior”, dice con sorprendente claridad, una y otra vez, agitando su mano derecha y haciendo de cuenta que su guacharaca ahora es una de esas bocinas con las que de vez en cuando alienta al equipo de sus amores en el Metropolitano de Barranquilla.

Entre el folclor y el deporte viven estos jóvenes. Son tranquilos, pero no pasivos. En estos días de Festival se les ve tocando, desfilando en las piloneras y hasta cantando en una que otra parranda. Sus palabras no son fluidas, pero el ritmo y el sentimiento que los caracteriza como vallenatos no se improvisa.

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