Los cuentos de La Briggite eran una cosa seria en el barrio. Mi madre me llevó por primera vez a esa peluquería en Los Andes a los 12 años; mi papel era solo de acompañante, pues en aquel tiempo, a mi edad, mis padres me tenían prohibido cosas que solo eran 'para niñas grandes': la peluquería estaba entre ellas.
Recuerdo que en ese primer contacto me sorprendí con la apariencia de la peluquera, una mujer trans de más de metro ochenta con manos de carpintero, pero con una capacidad única de transformar los casi siempre enmarañados cabellos de sus clientas.
Mientras hojeaba, para distraerme, una desactualizada revista Tv y Novelas con noticias de dos años de antigüedad, la primera frase que le escuché a La Briggite capturó mi atención: 'la dejó el esposo por una venezolana'.
El drama en la vida de la mujer abandonada fue motivo de conversación por los casi 40 minutos que estuve en el local y aunque no pude saber de quién se trataba, sí fui testigo de la convergencia de clientes, manicuristas y peluqueros departiendo alrededor de la belleza, el bienestar… y el chisme.