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El escritor y periodista estadounidense Tom Wolfe, padre del nuevo periodismo y autor de la célebre novela La hoguera de las vanidades, falleció el lunes en Nueva York a los 88 años, confirmó su editorial en Twitter.

'Estamos increíblemente apenados de enterarnos de la muerte de Tom Wolfe. Era uno de los grandes y sus palabras vivirán para siempre', indicó la editorial Picador, parte de Macmillan Publishers.

Su agente Lynn Nesbit dijo a la prensa estadounidense que Wolfe falleció tras ser hospitalizado en Nueva York a raíz de una infección. Wolfe, sin duda, radiografió a la sociedad estadounidense con su pluma innovadora y colorida. Sus ensayos y novelas reflejan su lectura del sociólogo Max Weber.

Según Wolfe, 'el estatuto de un individuo en la sociedad, su pertenencia a una clase social y cultural, determinan quién es, la manera en que piensa y se comporta, mucho más que su psicología personal y su historia íntima'.

Periodista refinado

Dandy educado y ‘ultrachic’ con sus trajes blancos o crema, cuellos almidonados, sombrero fedora y polainas, se jactaba de ser el único escritor estadounidense que votó por George W. Bush en 2004.

Casado desde 1978 con Sheila Berger, la directora artística de la revista Harper's, y padre de dos hijos, llevaba una vida discreta en Manhattan, lejos de los escándalos que poblaron sus novelas.

Aceptado en la prestigiosa Universidad de Princeton, eligió no obstante asistir a la Universidad Washington & Lee para permanecer cerca de sus padres, antes de partir a Yale, siguiendo el consejo de sus profesores.

Diplomado en civilización estadounidense, comenzó en el periodismo en Springfield Union, un periódico de Massachusetts, en 1956. Dos años más tarde se unió a The Washington Post como corresponsal en La Habana, y luego en la capital estadounidense.

Su estilo

En 1962, renunció y se mudó a Nueva York para ser periodista freelance. Fue enviado a California por la revista Esquire para hacer un reportaje sobre los fanáticos de los automóviles que rehacen sus coches. Entusiasmado por el tema, sufrió el ‘síndrome de la página en blanco’ cuando debía escribir su nota. El jefe de redacción de Esquire le pidió entonces que describiese en una carta lo que vio para utilizar la materia prima. Liberado de su angustia, escribió 49 páginas y encontró su estilo.

Bajo su pluma, el reportaje acabó convirtiéndose en una novela corta, El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron (The Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline Baby, 1965): hay una presentación de los personajes, se multiplican los puntos de vista, hay pedazos de diálogos intercalados entre las descripciones, onomatopeyas y muchos signos de exclamación.

Meses más tarde se tornó la figura central del ‘nuevo periodismo’, un híbrido bajo el cual se ubicaban más o menos a su agrado Hunter S. Thompson, Norman Mailer y Truman Capote.

Para medios como Rolling Stone, Wolfe escribió crónicas corrosivas sobre la cultura pop estadounidense, tratando temas que aparentemente no eran de mucha actualidad: el mercado del arte o el LSD.

Sin embargo, sin pretender la menor objetividad, palpaba antes que muchos otros las grandes tendencias sociológicas aún subterráneas en el país, como la ola hippie o el individualismo creciente de la década de 1980.

Cuando a los 57 años decidió lanzarse a la ficción, conservó intactos sus métodos de investigación.

Su primera novela, La hoguera de las vanidades (1987), es un retrato hiperrealista y mordaz de la Nueva York de los ochenta: el protagonista, un joven y codicioso banquero de Wall Street que parece tener todo, atropella con su lujoso coche a un afroestadounidense en el Bronx, se escapa y su mundo comienza a derrumbarse.

La novela se tornó en un éxito de ventas mundial. Solo los derechos de adaptación al cine le reportaron cinco millones de dólares, y fue llevada a la pantalla grande con Tom Hanks como protagonista.

Admirador de Zola

Tensiones raciales en el sur (Todo un hombre, 1998), la vacuidad del sistema universitario (Soy Charlotte Simmons, 2004), inmigración (Bloody Miami, 2013): el crítico de las costumbres estadounidenses se sirvió de todo como materia prima. Su estilo desorganizado le valió críticas acerbas de sus contemporáneos, sobre todo de Norman Mailer y John Updike.

Wolfe no escondía su admiración por la novela realista francesa, en particular por Emile Zola debido a su 'acercamiento periodístico del tema y de su integridad'.

En 2016, a sus 85 años, mostraba que no había perdido rapidez mental con una nueva obra, El reino del lenguaje, un ensayo que celebra la importancia del lenguaje en las realizaciones humanas.