Se bajaron del bus y de inmediato su director, Baltasar Sosa, los llamó para cuadrar los puestos que tendrían que mantener durante el desfile de Gran Parada de Tradición.
'¡Arajo! y solo fue un ratico pal ensayo y ya estoy ensopa’o', expresa uno de los danzantes mientras se quita la estructura cilíndrica del disfraz y seca el sudor de su frente con una camisa.
Baltasar, que lleva 38 años siendo parte de la tradición, reconoce que para aguantar todo el desfile se debe estar preparado tanto física como mentalmente. Por la parte mental, desde diciembre que inicia con los ensayos, el director los motiva y les inculca que son los protagonistas de esta tradición, y desde lo físico, antes de salir para la Vía 40 Sosa les brinda un delicioso arroz con pollo preparado por su esposa Zenit Mendoza, la mujer que lo apoya en todo este proceso.
El grupo lo conforman 20 aves, un cazador y un pez, y cuentan con un integrante más que releva a quien esté agotado durante el trayecto. El armazón del disfraz es ligero de peso, pero luego de llevarlo a cuestas por más de un kilómetro el cuerpo llega a fatigarse y a exigirse.
Forrado en tela de colores con pequeñas alas en ambos lados, la estructura lleva en la parte superior la cabeza del ave con un pico de madera, que produce un sonido típico que lleva el ritmo de la música y marca clac-clac del baile.
Se inicia el recorrido y resulta imposible no dejarse contagiar de la alegría de las aves. A ritmo de acordeón y con cada brinco se presenta el primer inconveniente, una pita que amarra el pico de uno de los coyongos se revienta. Sin embargo, el percance queda resuelto con la creatividad de uno de ellos, que con el cordón de uno de mis zapatos logra acomodar su disfraz.
Metros más adelante, a la mitad del camino, uno de los bailarines sufre de calambres en ambas piernas que le dificulta seguir el ruedo. Trabajo acumulado y cansancio del desfile del día anterior hace que sea el turno para el relevo; forzando a que el grupo no tenga momento para descansar el resto del desfile.
La idea rondó por algunos minutos mi cabeza y uno de los integrantes me hizo seña para que lo relevara, los estaba acompañando durante todo el recorrido. Me sentí un miembro más del grupo, por lo que decidí tomar por un instante el disfraz. En el pude sentir la piel del ave que luego de un rato pesaba y para colmo solo habíamos avanzado unos pocos metros. Por fortuna el bailarín recibió asistencia médica, tomó dos sorbos del agua compartida y pudo incorporarse a la danza. Solo lo sustituí un par de cuadras.
Casi finalizando el recorrido, las aves movieron las alas con mayor fuerza para saludar a un grupo de reclusos que los llamaban desde la ventana de la Cárcel Modelo. 'No solo danzamos para los barranquilleros, también bailamos para los que están detrás de las rejas, varios compañeros que hacían parte del grupo estuvieron un tiempo en ese lugar', me explicó Riky Meyer al finalizar todo el desfile.
La Gran Parada ya hace parte de su historia en estos Carnavales. Todos con una sonrisa en el rostro saben que las fiestas no terminan y deben prepararse para el martes de Carnaval.
Los Coyongos tienen claro que no bailan para hacerse millonarios, danzan para mantener viva una tradición que es la expresión del ave.