El panorama de poca diplomacia o el carácter reactivo que está evidenciándose en esta parte del continente es para preocuparse. El polémico, pero diplomático por excelencia, Henry Kissinger definía la diplomacia como “el arte de relacionarse entre Estados por acuerdo en vez de a través de la fuerza”. Por estos lados poco de acuerdos, pero mucho de griterías, insultos, egos y personalismos que poco contribuyen a la buena vecindad.
Esto, dicen las cancillerías de ambos países, con el propósito de afianzar las relaciones en todos los ámbitos: político, comercial, cultural e institucional.
Entre los objetivos de su estadía en territorio norteamericano estuvo el anuncio de una campaña de capacitación de docentes para la formación de niños en situación de discapacidad y la promoción del Golfo de Morrosquillo.
Petro, que no es un ciudadano más, sino el máximo representante del Estado colombiano, procura adentrarnos en un falso dilema, como si esto fuera una cuestión de buenos o malos, revanchismos, dignidad o chantajes, para dominar el relato basado en su punto de vista. ¿A qué otro laberinto nos conducirán las posturas personales del mandatario, expresadas públicamente a punta de trinos, porque es evidente que no son el resultado de un consenso de nuestra política exterior, sino que reflejan su sentir frente a este conflicto? Poniendo el foco en sus apreciaciones particulares, Petro pone en juego la fiabilidad internacional de la nación entera.
El país fue retirado de la Celac en enero de 2020 por instrucciones del entonces presidente, quien alegó que el mecanismo apoyaba regímenes 'no democráticos' como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua.