El Heraldo
Alfredo y Adolfo con los esposos Toño Viana y Aminta. Cortesía.
Sociedad

El reencuentro musical de Alfredo Gutiérrez y Adolfo Pacheco

Capítulo del libro ‘Esa bella música de acordeón’, de Fausto Pérez Villarreal, publicado por Santa Bárbara Editores, en 2020.

Por Fausto Pérez Villarreal

La noche del 3 de marzo de 2018, en una espaciosa casa finca llamada ‘Tierra en el ojo’, ubicada en el kilómetro 81 de la carretera, sobre la margen derecha que de Sincelejo conduce a Cartagena, exactamente frente al sector conocido como Villa Alegría, pasando San Jacinto (Bolívar), Alfredo Gutiérrez, el acordeonero que más veces ha salido triunfador en el Festival de la Leyenda Vallenata, y Adolfo Pacheco, el más versátil de los compositores de las sabanas de Bolívar, coincidieron en una misma tarima, después de 45 años, y cantaron a dúo algunas de las piezas más significativas del folclor.

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El memorable reencuentro, para bien de la música popular del Caribe colombiano, se produjo en una fiesta privada, con motivo del cumpleaños de Toño Viana, un patriarca sanjacintero que al día siguiente arribaría a sus 99 años de vida.

¿Cómo se programó el evento? Galo Viana, uno de los hijos del homenajeado, y gestores del evento, refresca la historia:

“Era enero de 2018. Me encontraba en el kiosko de la casa donde mis padres han vivido durante 60 años, en San Jacinto. Junto a mí estaban tres sobrinos y mis hijos Camilo y Daniela. En mes y medio sería el cumpleaños de mi padre. Hablamos de su longevidad y ejemplo de vida, y le prometí que si llegaba a los cien años le haríamos entre todos sus hijos una fiesta tremenda, para celebrar a lo grande ese acontecimiento.

Recuerdo que el esposo de una sobrina lanzó dos interrogantes que me hicieron reflexionar: “¿Para qué esperar tanto?, ¿Por qué no hacemos esa fiesta ahora? Yo, que estaba recostado en la hamaca, apunté: Verdad, ¿por qué no lo hacemos ahora? Estamos a mes y medio y podemos organizarlo.

Recordé lo que siempre les digo a las personas que dirijo y que forma parte de mi filosofía: vivir el presente. Entonces, dije para mí: ¡qué tal que mi papá no llegue a los cien años, o que sea yo el que no llegue a ese momento, o qué tal que me pase algo, me enferme. ¡No señor: vivamos el presente! Tomamos la decisión de organizar la fiesta de los 99 años. Le pregunté a mi padre: Toño Viana, ¿a quién de los artistas vivos quisieras escuchar? Me respondió sin vacilar: ‘quiero escuchar a Alfredo Gutiérrez’.

La llegada de Adolfo Pacheco, a la fiesta, fue providencial. En realidad fue una ocurrencia del propio Adolfo luego de enterarse que Alfredo Gutiérrez iba a estar ahí. Me dijo: ‘escuché que hay una fiesta con Alfredo Gutiérrez. Yo quiero estar ahí’. Y así se hizo. Finalmente, mi padre no llegó a los 100 años, que era lo que yo quería, pero se gozó a Alfredo. La enseñanza que nos deja esta experiencia consiste en no procrastinar sino en vivir el presente”.

¡Por fin, la fiesta!

Ese 3 de marzo, un grueso número de asistentes, en su mayoría familiares del hombre que en contadas horas cumpliría sus 99 años, contempló de pie la inigualable faena de los dos artistas, y acompañó al unísono cada una de las piezas interpretadas. La ovación fue prolongada entre canción y canción.

Alfredo y Adolfo; acordeonero y cantautor, no actuaban juntos desde finales de 1972, poco después de grabar en los estudios de Codiscos, en Medellín.

El reencuentro, casi milagroso, había sido posible gracias a esa fiesta ofrecida en honor a Urbano Antonio Viana Carbal, mejor conocido como Toño Viana, venerable patriarca, sentado a pocos metros, iniciando el recorrido de los cien años de su existencia. A su izquierda estaba su inseparable esposa, doña Aminta Muñoz Estrada, con la que en la fresca mañana del 25 diciembre de 1957, exactamente a las seis en punto, oficializó la pureza de su idilio en la parroquia San Jacinto. Juraron amarse hasta que la muerte los separara. En verdad, esa unión marital se había concretado ocho años atrás, el 10 de enero de 1949, y fructificó nueve meses más tarde, el 5 de octubre, con el nacimiento de Óscar, el primogénito. Luego vendrían 10 hijos más: Yadira, Marina, Vilma, Nelson, Leónidas, Galo, Rodolfo, Rocío, Urbano y Valmiro.

Solo la muerte, como juraron en el altar, separó a Aminta de Toño Viana, pues este dejó de existir el 6 de diciembre de ese 2018, nueve meses después del histórico reencuentro de Alfredo Gutiérrez y Adolfo Pacheco, poco antes de celebrar su centenario de vida.

 

Los recuerdos de Ado

“Alfredo Gutiérrez es el gran acordeonero de la sabanas, un orgullo para el mundo. A él le debo el haberme proyectado definitivamente como cantante a nivel de grabaciones de largo aliento, pues fue la persona que creyó en mí y me llevó a Codiscos a grabar”, dijo, emocionado, el autor ‘El viejo Miguel’, cuando lo llevé hasta donde estaba el diestro acordeonero.

“Tengo claras dos cosas: ‘La hamaca grande’ me graduó como compositor, pero la canción que me graduó como intérprete definido fue ‘El mochuelo’. La grabé en 1970, con el acordeón de Ramón Vargas, y gustó mucho”, dijo el maestro Pacheco.

Antes de que ‘El mochuelo’ saliera a luz, Ado –como le dicen sus allegados- había realizado varias grabaciones, pero a nivel radial no pasó nada con ellas, aunque sí fueron aceptadas y aplaudidas entre los conocedores del folclor.

Para la publicación de ‘El mochuelo’, Alfredo Gutiérrez fue padrino y productor artístico de Adolfo Pacheco, pues fue quien lo impulsó a proyectarse como cantante.

“Conocí a Alfredo Gutiérrez en abril de 1969, en su casa, allá en Sincelejo, en una fiesta con motivo de su cumpleaños –recuerda Adolfo Pacheco-. Él les dijo a los asistentes que yo no solo era un gran compositor, sino también un excelente cantante. Yo anoté enseguida que Alfredo estaba exagerando, pero él contrarrestó de una, diciendo que tan seguro estaba de lo que afirmaba, que me llevaría a Codiscos a grabar. Y así lo hizo”.

En efecto, en los estudios de Codiscos de Medellín, por recomendación de Alfredo Gutiérrez, sometieron a Adolfo Pacheco a las respectivas pruebas y le dieron vía libre para cantar. Comenzó, así, su era como intérprete definido, con su propio conjunto. Alfredo dirigió sus dos primeros discos de larga duración: ‘El sanjacintero Adolfo Pacheco canta sus vallenatos’ y ‘Sueña Pacheco’.

 

Entre fotos y autógrafos

El célebre merengue ‘El viejo Miguel’ provocó la parranda. Alfredo ofreció una magistral introducción con los pitos para luego desparramar todo su potencial antes de que Adolfo desatara la euforia con su canto: Buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad/ el viejo Miguel, del pueblo se fue, muy decepcionado…

“Constituye, para mí, un honor inmenso actuar como acordeonero de quien, por méritos propios, es la máxima figura de la composición de este lado del río Magdalena”, anotó Alfredo, y -sin agregar comentario alguno- empezó a tocar ‘El cordobés’, acompañado de la melodiosa voz de su autor: Ya está listo el pollo de la cuerda sabanera/ para el año entrante cuando haya concentración...

Cuando Alfredo Gutiérrez se disponía a bajar del tablado, la atronadora petición del público de “otra… otra… otra… otra”, lo obligó a regresar, como impelido por un resorte. Agarró su instrumento de fuelle, habló unos segundos con Adolfo Pacheco, y luego de los compases, el viejo cantautor de San Jacinto removió los hilos de la nostalgia con su sentido paseo ‘Mercedes’: Me dijo Mercedes, me dijo Mercedes, me dijo Mercedes, soy una persona buena…

De nuevo se despidió el trirrey, pero el público lo volvió a retener, esta vez pidiéndole en una sola voz, ‘La hamaca grande’, el canto supremo de Adolfo Pacheco. No fue tarea difícil, pues Alfredo la había grabado a comienzos de los 70 en un álbum del maestro Pacheco: Compadre Ramón, compadre Ramón/ le hago la visita pa’ que me acepté la invitación…

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Al final hubo solicitudes de fotos y autógrafos a tutiplén. Los dos artistas bajaron de la tarima en medio de una prolongada salva de aplausos.

“Esto no puede quedar aquí, en una mera parranda. Ustedes tienen que juntarse para grabar”, le insinuó a los dos artistas el docente y folclorista de la Universidad del Atlántico, Iván León Luna, mientras se tomaba una selfie.

“Estoy que te cojo la caña”, respondió Adolfo Pacheco. “No es mala la idea”, agregó Alfredo Gutiérrez. “Bueno, entonces preparemos el terreno”, anotó una cuarta persona. “Hablamos la próxima semana”, concluyó Alfredo.

Por lo pronto, los que tuvieron el privilegio de disfrutar de esa velada todavía comentan la gran fusión que provocó el mágico sonido del acordeón de Alfredo y la cadenciosa voz de Adolfo. Sin duda es un acto que jamás olvidarán…

San Jacinto (Bolívar), marzo 4 de 2018

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