Sociedad

En Barranquilla se baila así: arrancó el desquite carnavalero

Turistas y foráneos volvieron a volcarse a las calles de la ciudad para disfrutar del Carnaval.  

¡Vaina linda! El reloj no marcaba ni las 7 de la mañana y en las calles de Barranquilla ya habían marimondas taxistas, gorilas en motos, cumbiamberos comprando cerveza en las tiendas, monocucos 'echaos' en las esquinas y recién levantados o amanecidos, en el sentido que fuera, que gestionaban coordenadas para mover el esqueleto, encontrarse con el amigo de toda la vida o reconciliarse con la exnovia.

 

La Vía 40, el gran Cumbiódromo de la ciudad, sirvió como poderoso imán para arrastrar a cualquiera que tuviera ganas de fiesta, cultura, folclor, baile, brillo y flores, pero lo cierto –en todo el sentido de la palabra- es que ‘La Arenosa’, de nuevo en todo su furor, figuró como una gran verbena infinita. Y eso que apenas fue el comienzo.

El galillo llevaba rascando más de 700 días. ¡Plop! Y, por eso, el sábado, que de por si no era un sábado cualquiera, fue totalmente diferente e hizo que miles de personas se reencontraran con las raíces, con la vibra interna, con la cultura, con África y con todo lo autóctono que, aunque se sepa o no bailar, hace mover los hombros y las caderas. Los sombreros y las polleras.

El sábado de Carnaval, el inicio de la fiesta más importante del país, hace pensar, sentir y vivir a  cientos de miles de propios y extraños, que la alegría es más que la tristeza. Que el garabato, a pesar de toda la adversidad, puede vencer a la muerte.

Jhony Olivares-EL HERALDO

Lo anterior se reflejó en cada esquina, en cada semáforo, en cada tugurio o bazar. Barranquilla volvió a ser Barranquilla a pleno. No faltó nadie. El señor de la venta de chuzo estuvo, la señora de la maicena se multiplicó. Los extranjeros, con sus bermudas desteñidas y los rostros ‘atomatados’ por el sol, se dejaron envolver por el encanto de una flauta de millo.

Los alemanes bailaron con las reboleras, los ingleses con las portentosas negras trenzadas del Bajo Valle. Y el barranquillero entrón no dudó en azotar el asfalto con una europea. No importó origen ni procedencia. Hubo baile apretao', frente con frente, con el sol bordeando las espaldas. Hubo champeta, pero también salsa, puya, cumbia, mapalé, vallenato y reguetón. Una nota total. Hubo desquite y de qué manera.

 

Pero Barranquilla y su Carnaval, como ha sido década tras década, no solo es baile, cerveza y maicena. También es sabor. Y las calles aledañas a la Vía 40, desoladas, silenciosas y carentes de cualquier actividad durante la mayoría de sus días, volvieron a ser una puerta abierta a la gastronomía del bordillo.

Allí, como en épocas prepandemia, cientos de personas se refugiaron en los encantos de las hirvientes, pero sabrosas sopas de costilla, guandul, gallina o zaragoza que ofrecen decenas de familias en ollas soperas gigantes. Puro delicatessen. El que estaba 'grogui' volvía a la vida y al que le faltaba ‘fuerza’ con cada cuchara, con cucayo incluido, recibía una inyección directo a la torre central para darle duro y parejo a la baldosa.

Jesús Rueda-EL HERALDO

Y si afuera se gozaba; adentro, en pleno cumbiódromo, la alegría fue mayor. Hacía falta la puesta en escena de quienes hace años se desviven día y noche por hacer la fiesta más grande. Una mezcla de tradición y fantasía. De cumbiambas, garabatos, congos, marimondas y disfraces típicos y burlones.

El momento cumbre llegó y, como no podía ser de otra manera, se dio con la llegada de la realeza. Valeria Charris, la reina del Carnaval, la que el pueblo ha acogido como suya después de tantos años reclamándola, saludó a los suyos y la Vía 40 bramó. La soberana de las carnestolendas bailó, movió sus caderas, agitó sus manos y su público, que llegó en un importante número a los palcos y minipalcos, no dudó en respaldarla con aplausos, vítores, besos y una extensa absorción de calor y efervescencia que hizo llover a cántaros tributos a la monarca.

 

Hansel Vásquez-EL HERALDO

Valeria volvió –como ha sido costumbre-  a robarse el show por su carisma y talento, pero todos los que la acompañaron entregaron vida y alma en un recorrido de más de cinco kilómetros. Todos tuvieron algo para ver, disfrutar, reírse, gozar o bailar. Desde las grandes comparsas y sus talentosas y experimentadas integrantes, hasta los pequeños y novatos participantes que cumplen el sueño de brillar en la Vía 40. ¿Y quién se atreve a quitarles lo baila'o?

La noche cayó, pero la mayoría no bajó la estera, sino todo lo contrario. La rumba había que seguirla y la variedad estuvo a la orden del día, siendo el par vial de la 50 el lugar predilecto de muchos para disfrutar bajo una interesante oferta musical. Barranquilla, o mejor dicho, su gente, volvió a volcarse a las calles. A disfrutar. Y entonces bailó el blanquito, el negrito, el gordito, el flaquito, el rico y el pobre. Aparecieron –de nuevo- las lentejuelas, la sonrisa, brillo y picardía de la mujer barranquillera. Las Danielas bailaron Catalina. En fin. A su modo cada quien disfrutó o le sacó provecho como pudo.

Hubo pedida de matrimonio, risas, lágrimas y alegría. Hubo chuzo, arepa, agua, frías y perro caliente. Hubo lentejuelas, fantasía y tambores. Acordeones y millos. Hubo de todo y eso que apenas fue el primer día. El desquite apenas empezó. Ponte bacano, que hay baile hoy.

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