Todo rey necesita su castillo. Y Joe Arroyo, el Rey del Congo, encontró el suyo en Barrio Abajo. Corría ya la década de los años 80 y el cartagenero venía de conocer de primera mano el infierno de las adicciones. Pero la música lo llamaba quizá más fuerte que nunca para retomar el trono que siempre le había de pertenecer.
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Sus visitas al Barrio Abajo del Río, ese que bautizó en sus canciones como “el Bajo Manhattan”, ya eran conocidas. En las calles y callejones que no se miran por números sino por nombres, la estela del Joe ya era conocida, como lo recuerda una de esas que le daba posada en su casa, Zoila Ortega, quien por ese entonces vivía en la Calle San José (Calle 50).
“Joe llega a mi casa por medio de mi hermana, que era cercana a Gustavo García ‘el Pantera’, trombonista de Fruko y sus Tesos. Mi mamá, como nunca tuvo hijo varón, lo acogió como un hijo para ella. A raíz de eso, Álvaro, cada vez que venía a Barranquilla, llegaba a la casa”, rememora la mujer, que aún lo llama por su nombre de pila: Álvaro José.
Ya para entonces, Álvaro —porque el Joe era para los escenarios, no para el sentimiento de sus amigo— tenía amistad con Constantino Estrada, ‘El Tinti’, nieto de la señora Rosa Lamanna. Fue precisamente en su casa, ese inmueble rosado con azul celeste que los vecinos nombraron como el castillo del Tinti, ubicado en la Calle Santa Ana, donde el artista encontró refugio. Venía de una crisis en Cartagena que muchos creyeron mortal, pero renació entre los techos agrietados del barrio a los que le cantó.
Un castillo con historia
“Esta fue la primera edificación en este sector de la calle de Santa Ana construida con cemento, ladrillo y bloque”, cuenta Luis Miranda, líder de Barrio Abajo Tour.
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“Le decían el castillo de Boyé o de Reboyé por una radionovela famosa llamada Kalimán, pero luego, cuando el Tinti vino a vivir aquí con su abuela y heredó la casa, todos empezaron a llamarla el castillo del Tinti”, explica.
Ese castillo, imán de leyendas, fue hospedaje también de otro gigante del Caribe: Gabriel García Márquez, que según los relatos de los mayores del barrio, vivió ahí fugazmente cuando tenía 11 años. “Y claro, más tarde vendría el Joe, que aquí compuso canciones que son íconos del Caribe, como Tumbatecho y Centurión de la Noche”, dice Miranda.
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Sobre Tumbatecho hay dos versiones: una dice que la compuso tras una noche de tragos tan fuerte que sentía que el techo le caía encima. La otra, más mundana, cuenta que la casa era tan vieja, tan de plafón, que literalmente se le caían pedazos del techo. Lo cierto es que la canción nació ahí, en medio del caos y la creación del artista.
Joe era un vecino más, insisten quienes compartieron con él. “Fiaba en la tienda, compartía en Billares Lobo. Aquí lo querían porque era cotidiano. El Joe no venía a hacerse el artista, sino a vivir como uno más”, dice Luis Miranda.
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Familia por elección
Zoila Ortega habla del Joe como se habla de un hermano. “Él vivió con nosotros. Mi mamá lo adoraba. Cuando tuvo problemas con Adela, su esposa, ella se fue para la casa y mi mamá fue y la recogió. Álvaro decía que no se iba para allá, que se quedaba con Adela, pero como Adelita estaba chiquita, no podía quedarse sola. Yo fui por ella y hablé con Álvaro. Le dije: ‘Compón esas cosas’. Y él, claro, entendió. Se fue con nosotras”.
La relación fue tal, que cuando el Joe ganó su primer Congo de Oro con su orquesta La Verdad, vivía en la casa de Zoila. “Fue con Amanecemos sí. Antes se había ganado Congos con Fruko, pero ese fue suyo, con su agrupación. Nos dio plata para ir al Coliseo a hacerle barra. ¡Y se quedó dormido!, hubo que ir a buscarlo porque para ese entonces ya vivíamos por la Calle 50 con Carrera 57 y era cerca, afortunadamente pudo llegar a tiempo. Pero tuvieron que cambiarlo sin bañarse para que alcanzara a llegar”, cuenta.
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El barrio lo recuerda como noctámbulo empedernido. “La noche era su día. Ahí se sentaba a escribir, a comer frutas —porque vivía comiendo frutas— y a componer. Decía que quería tumbar el techo para poder ver las estrellas desde el cuarto”, recuerda Zoila. Y agrega con una sonrisa melancólica: “Cuando escucho su música, la bailo donde esté. Él sigue ahí. Para mí no se ha ido”.
Las otras voces del castillo
Lázaro Pérez es el actual propietario de la casa. La compró en 1992 por 4 millones 300 mil pesos. “Cuando la compré ya me habían contado que aquí vivieron el Tinti, el Joe y hasta García Márquez. Aquí venía gente del Gran Combo de Puerto Rico, Wilson Saoko… Era una casa de músicos”, relata.
Y aunque los años y la falta de recursos han hecho lo suyo en la infraestructura, Lázaro está feliz con el proyecto. “Gracias a Dios que estos muchachos van a colaborar con la restauración. Yo no tenía cómo hacerlo. Y hay que revivir al Joe, porque fue uno de los grandes protagonistas del Caribe y de la salsa”.
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A unos pasos de esa casa, Freddy Marrugo, dueño del local Ago Salsa, se emociona al recordar: “Aquí poníamos sus discos en VHS. Una vez llegó un pelotero de la selección Colombia y dijo: ‘Qué lástima que el Joe esté barro’. Así de duro. Pero el barrio lo quería. Nadie tiene fotos con él porque era muy reservado, no callejeaba mucho. De pronto se sentaba en la terraza, comía bien y se tomaba su traguito. Y ahí, con el Tinti, era feliz”.
Freddy cuenta que su familia incluso prestó cosas para la telenovela sobre el artista. “Hasta el carro donde se privaba el Joe era de mi suegro”.
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El castillo pide volver a cantar
El castillo del Tinti hoy parece un gigante dormido. Sus paredes piden pintura, su estructura exige restauración. Pero su alma sigue viva. Nadia Orozco, directora de la Fundación Because Ajá, no es barranquillera de cuna, pero sí de convicción. “Aunque no nací aquí, Barranquilla me adoptó. Como al Joe. Por eso estamos trabajando en la restauración del castillo, con arquitectos que lo devolverán a su gloria original. No queremos cambiarlo, queremos que siga siendo el mismo, pero digno de lo que fue”, dice la estadounidense.
La iniciativa la lidera junto a Barrio Abajo Tour, La Esquina de Abajo y otros aliados. “Este lugar debe conocerse. Es parte de la historia viva del Caribe. Y más allá de lo turístico, es un acto de memoria”, dice.
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El Joe sigue ahí
Este 26 de julio, en Barrio Abajo saldrán a caminar las mismas calles que recorrió el Joe. Harán un tour, un conversatorio y, por supuesto, una verbena con sus canciones. No como un acto de nostalgia, sino de celebración. Porque la muerte no puede con los que nacieron para quedarse.
“El Joe para nosotros no fue un artista. Fue un hermano, un vecino. El hombre que fiaba en la tienda y que, de paso, le cantó al mundo”, dice Zoila Ortega.
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Y aunque el castillo del Tinti aún no ha sido restaurado, el alma del Joe –como su música– sigue ahí. En los techos que piden a gritos ser tumbados para mirar las estrellas. En las paredes que una vez escucharon las primeras notas de Centurión de la noche. En los portones donde aún resuenan los ecos del Congo.
Porque todo rey necesita su castillo. Y el del Joe sigue en pie. Como su legado.
