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Quién diablos piensa en el retiro cuando la plenitud la encuentra en el mismo oficio que le da de comer. Es la suerte que otorga por añadidura la vocación. Cuando el genio descubre que él es quien le da el valor al arte y no al revés, cesa la agónica espera del descanso, que pasa a apreciarse como una recompensa y no como una indemnización. Mientras se complace con cada paso del camino, en un vaivén de emociones, construye espontáneamente su legado.

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Ya son 50 los años que Marco Aurelio Martínez ha dedicado a la elaboración de tambores, esos mismos que marcan el ritmo en los desfiles del Carnaval de Barranquilla y no dejan a una sola persona sentada en su silla. Su fama como artesano es escandalosa en su natal Tubará, indiscutible en Barranquilla y todo el Atlántico, y comprobada en el extranjero. Muchos pensarían que a sus ya 64 años de edad se siente agotado o aburrido, deseoso de unas vacaciones permanentes, pero lo cierto es que todavía no se ha planteado el retiro, al menos no seriamente.

Jeisson GutierrezMarco Martínez lleva cincuenta años de trayectoria artesanal.

— A veces me siento decepcionado porque algunos músicos no valoran mi trabajo, quieren poner precio a mis tambores y pagar menos de lo que valen. Entonces me dan ganas de no trabajar y dejar esto, largarme para otro lado —dice Marco con gesto contrariado, pero enseguida recuerda algo que lo hace sonreír—. Pero luego se me va pasando, cuando hablo con amigos o conocidos que sí me valoran, ellos me hacen recordar cuál es el verdadero motivo por el que soy artesano: ver la felicidad de la gente cuando le entrego mis piezas. Eso es lo que me llena. Mi idea es seguir en la elaboración y haciéndole mantenimiento a los tambores hasta que Dios me tenga con vida. La verdad es que no quisiera dejarlo.

Lo expresa con la certeza genuina del que encontró desde hace mucho tiempo su propósito, en medio de una pausa en la ajetreada rutina de un día de enero en su taller ‘San Martín’, ubicado en el kilómetro 33 de la vía a Tubará, donde con frecuencia ingresan troncos de ceiba amarilla y piel de chivo y salen impecables tambores hacia las manos de grupos de millo, orquestas y algunos aficionados que les gusta contemplar el instrumento musical como adorno en sus casas.

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El taller se sitúa en medio de un frondoso paisaje verde en el que la brisa fresca es siempre protagonista. El silencio es interrumpido por el sonido de las herramientas con las que Marco, su hermano y su cuñado trabajan la madera para hacer el vaso del tambor, y la piel de chivo para utilizarla como membrana del instrumento de percusión. De fondo se escuchan canciones de letra romántica, de géneros como el vallenato y la balada, así como música folclórica, dependiendo del ánimo, que el artesano pone desde bien temprano en su equipo de sonido para amenizar la jornada.

No tiene que preocuparse por el ruido de los vecinos, pues a más de 300 metros a la redonda solo hay tres casas: la suya y las de sus hermanos, una al lado de la otra. Y contiguo a su hogar está el templo ‘San Martín’ al aire libre, con techo para asegurar la sombra, pero sin paredes para evitar el calor. Lo que sí hay es una cerca hecha con palos que protege tanto el taller como la residencia de Marco.

Jeisson GutierrezMarco Martínez trabajando en su taller 'San Martín', ubicado en Tubará.

Hace más de 30 años este jovial hombre, que aparenta casi diez años menos de edad, tomó las riendas del taller que empezó su padre, Absalón, de quien heredó la vocación artesanal y que a su vez aprendió el oficio de un tío llamado Ramón, todos del pueblo indígena Mokaná. A Marco le tomó varios años largos descifrar por completo el llamado de los tambores y hacer de ellos su sustento y pasión. Antes buscó la suerte como trabajador en algunas fincas, época que recuerda con cariño porque el campo también le cautiva. Pero la verdadera madurez le llegó cuando tuvo la certidumbre de que la artesanía era su destino, uno que no pudo prever a sus tiernos 14 años, cuando su progenitor le enseñó a trabajar la madera y él mostró una habilidad especial que no tenía que ver con la fantasía de no equivocarse nunca, sino con la chispa creativa de hallar por sí mismo la manera de unir la estética con la funcionalidad.

— Cuando recién estaba aprendiendo le hice un daño a un tambor de mi papá. Le partí el aro —recuerda entre risas—. Lo bueno fue que él no me regañó porque lo arreglé antes de que se diera cuenta. Mi mamá sí se dio cuenta, pero me consentía mucho, entonces no me reprendió, solo me preguntó qué había hecho y yo le dije la verdad. No me quedé sin hacer nada, sino que busqué cómo solucionar. Mi mamá me quedaba mirando mientras yo inventaba la manera de corregir el daño que le había hecho al tambor. Finalmente, busqué un bejuco, mojé de nuevo el aro para intentar darle la forma y para sorpresa mía sí funcionó, ¡lo arreglé!, ¡lo compuse! —destaca Marco con gesto que invita a dimensionar la hazaña— Después, cuando llegó mi papá yo mismo le pregunté si le veía algo raro al tambor y me dijo que no, que lo veía normal, pero enseguida comprendió que había una historia detrás de mi pregunta. “¿Qué le hiciste al tambor?”, me interrogó —dice cambiando el tono de la voz, con la intención de imitar a su padre—. Yo le conté que había dañado el aro por accidente. Él volvió a mirar el tambor, esta vez observando detenidamente los detalles y volvió a encontrarlo intacto. “¿Y cómo hiciste?”, me dijo asombrado. Yo le expliqué cómo me las ingenié para reparar el aro y quedó sorprendido —concluye Marco con orgullo—.

Absalón Martínez, ya fallecido, nunca dejó de maravillarse con el talento de su hijo. Aunque lo dejó aventurarse durante varios años en otros oficios, como el campo, finalmente ayudó a Marco, cuando este ya estaba en la tercera década de su vida, a encontrarse con su auténtica esencia. La clave fue convencerlo de participar en una feria artesanal en Bogotá y, pese a que fue bastante reacio, desde entonces Marco Aurelio no ha parado de elaborar tambores.

— Volví a cogerle cariño a la artesanía desde que fui a esa feria a la que no quería asistir. Después de todo, de los seis hijos varones que tuvieron mis padres, yo siempre fui el más inquieto y curioso con la artesanía, desde muy pequeño me gustó —dijo asintiendo repetidamente—.

Jeisson GutierrezMarco Martínez trabaja en el taller junto a su hermano y un cuñado.

Retomar no le fue difícil, más bien emocionante y esperanzador. Se adaptó rápido a su nueva-vieja vida, como si nunca hubiera acostumbrado sus manos a otras tareas. Con el taller al lado de su casa, tan cerca que para adentrarse en este basta con dar unos siete pasos desde la puerta principal, pronto adoptó una rutina que le permite disfrutar plenamente de sus extensas jornadas de trabajo.

Su rutina comienza a las cinco de la mañana, no permite que el sol le gane, así alarga los días y termina todos los pendientes sin afán. Lo primero que saborea es un café bien cargado, la bebida que lo pone de buen humor en cualquier momento del día, pero especialmente al amanecer. Termina de despertarse con la música que sintoniza en una emisora local, procurando que el volumen no sea tan alto para que no le interrumpa los pensamientos, pero tampoco tan bajo para no perder la oportunidad de corear las canciones que le mueven el alma, como las de Diomedes Díaz y Alejo Durán, varias del género salsa y, su favorita, la música de Carnaval, que se empieza a escuchar masivamente desde diciembre hasta la madrugada del Miércoles de Ceniza. Acostumbra a laborar hasta las 5 de la tarde, pero en temporada alta, como el precarnaval, puede extenderse hasta la noche todos los siete días de la semana.

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No es sorpresa que Marco se erice al oír las primeras notas de una canción carnavalera. Todo lo que ha conocido hasta ahora gira en torno a las carnestolendas al menos durante unos cuatro o cinco meses al año, que es el tiempo que transcurre desde que se elige la reina central del Carnaval de Barranquilla y las soberanas de la fiesta en cada municipio del Atlántico, hasta que se llora la muerte de Joselito Carnaval. También porque sus manos elaboran muchos de los tambores que más deslumbran por su belleza estética y perfecta afinación. Ritmos como la cumbia, el bullerengue, el mapalé y el merecumbé tienen tambores, de distintos tipos, como un instrumento obligatorio, imprescindible, vital. De allí que las coreografías de las danzas tradicionales del Carnaval, como la del Congo, Garabato y Son de negro, estén marcadas por el sonido que produce el tambor cuando el músico le da golpes rítmicos en la membrana.

Este instrumento de percusión es un símbolo del Carnaval por excelencia, y por ende del folclor Caribe, así que Marco sabe muy bien que fabricarlos conlleva una gran responsabilidad. Pero esto no lo amedrenta, sino que lo motiva. Sabe que no es un novato en este oficio y la calidad de su trabajo es incuestionable. La razón es muy sencilla: su labor está dotada de un rigor exquisito que solo surge del disfrute del proceso.

Jeisson GutierrezMarco Martínez debe tocar los tambores que elabora para perfeccionar su afinación.
Jeisson GutierrezLa madera en proceso de transformación.

Cuando habla de tambores no titubea, es su especialidad, nadie le ‘echa cuento’. Acompaña sus palabras con movimientos que explican el trabajo que hay detrás de un tambor de primera calidad y la conversación puede extenderse durante horas siempre insuficientes.

— Para hablar de los tambores folclóricos primero hay que decir que las bases de nuestra región son: el tambor alegre, el tambor llamador y la tambora —dice Marco con la propiedad de un maestro en un salón de clases—. Los tipos de madera que utilizamos en el taller son ceiba amarilla, banco, carito y caracolí. Se trabaja con la madera verde, por eso primero se tala el árbol verde y luego se corta a la medida de los vasos de los tambores. El tambor alegre tiene una medida estándar de 65 centímetros de altura por 33 centímetros de diámetro en la boca, donde va la membrana. Los llamadores de millo tienen 50 centímetros de alto y 25 centímetros en la boca de arriba, mientras que la boca de abajo es bastante reducida para que dé un sonido más agudo. —Se acomoda en su silla y toma aire para continuar la cátedra— Las medidas de las tamboras sí varían mucho porque hay de 35, de 37, de 40 y así sucesivamente hasta 50 centímetros, que son enormes y son las que utilizan para los desfiles del Carnaval de Barranquilla. Los tambores también cuentan con sus aros de bejuco, las cuñas y las cuerdas para la afinación. Para la membrana se utiliza piel de chivo, de carnero y de venado.

A continuación, presione ‘play’ para escuchar cómo suena el tambor alegre:

Dé clic en el botón de ‘play’ para reproducir el sonido de la tambora:

Los tambores del taller ‘San Martín’ son especiales también porque Marco Martínez le ha puesto empeño a la estética. Del perfeccionismo que le imprime a sus obras, sumado a los momentos de inspiración divina, han resultado detalles innovadores que hacen resaltar sus diseños entre la multitud en los eventos de Carnaval.

— Hacemos los tambores en varios estilos. Por ejemplo, algo que nosotros innovamos fue dejarle el bejuco pelado a algunos tambores, porque así se ven más estéticos, más presentables, y a la gente le está gustando muchísimo. También los hacemos con motivos de Carnaval, algunos pintados, otros tallados, muchos pirograbados con los nombres de los clientes, aunque algunos músicos piden que la firma sea con mi nombre, para que los demás sepan que es un tambor hecho por mí. Nuestro lema es trabajar a gusto del cliente, que el cliente quede contento con su instrumento.

Se le hincha el pecho de orgullo cuando se da cuenta de que son los clientes los que se sienten afortunados, hasta bendecidos, por tener un tambor hecho por sus manos. Después de tantos años no deja de invadirlo la emoción al hacer una entrega porque tiene la convicción de que es él el más privilegiado. Hay obras suyas en toda Colombia, pero también en decenas de países del mundo, pues lo contactan a través de redes sociales personas de todas las edades y distintos idiomas para comprar piezas del taller más importante de Tubará.

Jeisson GutierrezMarco Martínez es perfeccionista con sus obras, por eso ha ganado reconocimiento local, regional e internacional.

— Me gusta todo el proceso de elaboración del tambor, lo disfruto bastante. Pero la verdad es que mi parte favorita es cuando le entrego el tambor finalizado a un músico y veo que este queda feliz. Por ejemplo, un joven amigo mío que es de aquí del Atlántico y vive en Francia ha grabado y publicado en redes sociales varios videos en los que muestra los trabajos que yo le envío, diciendo: “Miren lo que me llegó, este trabajo lo hizo el mejor, el señor Marco Martínez, está en Colombia, ubicado en Tubará”. Esa vaina… ¡Uf, me llena! —Le brillan los ojos mientras cuenta sus mejores recuerdos— Igualmente conozco un par de muchachas, una barranquillera y una de Barrancabermeja, que me admira mucho. Ellas fueron al Carnaval de Barranquilla hace como tres años, miraron todos los tambores que estaban tocando en los desfiles de Batalla de Flores y la Gran Parada, y me dijeron que un 80 por ciento de los tambores eran hechos por mí. Eso me hace ser muy feliz, me hace seguir adelante en este oficio.

Solo por mencionar algunos, el taller ‘San Martín’ ha elaborado a lo largo de tantos años instrumentos musicales para la orquesta Shekeré del municipio de Baranoa, para uno de los músicos del reconocido cantante soledeño de música folclórica Checo Acosta, para casi todas las universidades de Barranquilla y decenas de colegios del Atlántico, así como para varias ONG y la Fundación Pies Descalzos de la artista barranquillera Shakira.

Jeisson GutierrezMarco Martínez disfruta cada paso de la elaboración de los tambores, pero su momento feliz es la entrega a los músicos.

¿Quién heredará el taller ‘San Martín’? La respuesta deja pensando a Marco Aurelio Martínez, quien no ha tenido hijos. Aunque enseñó la artesanía a algunos sobrinos, estos aún no han decidido meterse de lleno en el oficio, sino que están estudiando para ganarse la vida de otras maneras. Es como si la historia se repitiera. Hace evocar la época en la que Marco le perdió el gusto al título de artesano hasta que su padre Absalón le ayudó a volver a encarrilar su vida. Sin embargo, prefiere no preocuparse en demasía por ese asunto por ahora, cuando siente que le quedan tantísimos años, llenos de fuerza y vitalidad, para seguir enriqueciendo el folclor Caribe.

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El único remordimiento que le ha quedado a Marco de su historia artesanal es el impacto ambiental que supone su trabajo. Siempre piensa en cuántos árboles se han tenido que talar para que existan tantos tambores en el mundo. Con solo imaginarlo queda exhausto.

— Ese es un compromiso que tengo yo con la naturaleza. He cortado muchos árboles. También he repuesto, sí, pero no lo suficiente. Mi sueño es comprar un gran terreno y cultivarlo de madera para dejar repuesto el daño que hice a la madre tierra —reflexiona Marco con culpa, pero más con determinación—. A los descendientes de la familia les digo que sigan adelante en este oficio porque es muy bonito, llena mucho el alma, llena todo el ser; además de que enriquecemos el folclor con lo que hacemos —sonríe triunfal—.

Jeisson GutierrezLos tambores de Marco Martínez son los que más abundan en los desfiles del Carnaval de Barranquilla.