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Grandes enseñanzas nos ha dejado –o nos debería dejar– la pandemia que azota a la Humanidad desde hace un año. El paso del coronavirus ha sido devastador para todas las naciones del mundo, incluyendo Colombia.

Todos los días los registros de contagiados y fallecidos crece de forma extraordinaria. Solo la aparición de la vacuna para contrarrestar los efectos del virus ha traído algo de esperanza a quienes se levantan a diario con el temor de ser la siguiente víctima.

En el mundo más de 2.500.000 personas han fallecido de covid-19, y más de 130.000.000 han sido contagiadas. Nadie llegó a imaginarse jamás –ni el más pesimista– que una tragedia de esa dimensión podría afectar a la humanidad.

En Colombia las cifras también son escalofriantes: 2.500.000 contagiados y cerca de 64.000 fallecidos. Cada día mueren en el país unas 200 personas víctimas del coronavirus.

A pesar de la grave situación, para muchas personas la aplicación de la vacuna sigue siendo una ilusión, una quimera. En Colombia –pese a la voluntad de quienes están al frente del Plan Nacional de Vacunación– el número de vacunados apenas supera los 2.000.000.

De continuar con el ritmo actual de vacunación, la inmunidad de la gran mayoría de los colombianos tardará muchos meses. Ello significaría –¡qué duda cabe!– más enfermos y más fallecidos. Para alcanzar la llamada 'inmunidad de rebaño', que nos pondría a salvo a todos, tendrían que ser vacunados 35.000.000 de colombianos en los próximos meses.

Ciudades como Barranquilla y departamentos como el Atlántico han tenido que afrontar el embate letal del llamado 'tercer pico' de la covid-19, cuyas consecuencias han resultado tan graves como las que produjo el virus al comienzo, hace exactamente un año, hasta el punto de que las autoridades debieron adoptar las mismas medidas restrictivas del 2020, cuando empezó la pesadilla.

Los muertos por coronavirus en Barranquilla superan los 2.500, mientras que en el departamento el número de decesos es superior a los 2.000. Hoy la ciudad y el departamento ocupan los primeros lugares, tanto en número de contagiados como en fallecidos. El promedio de personas contagiadas cada día supera las 2.000 personas.

Produce tristeza y frustración que ante este escenario desolador la gran mayoría de la población sigue indolente e indiferente ante la tragedia. La intervención de las llamadas 'fiestas clandestinas' por parte de las autoridades en todo el país –en especial en la región Caribe– es cada día más creciente.

Más de 600 desactivadas en promedio cada día en esta Semana Santa. Las calles y las playas de ciudades como Cartagena y Santa Marta están atiborradas de miles de turistas en busca de diversión y excesos de todo tipo. No han podido –o querido– entender que cada uno de ellos es un potencial transmisor del virus, una vez retorne a su hogar, donde lo esperan padres o abuelos muy vulnerables a la acción letal del mismo.

Para la Iglesia Católica la Semana Santa es periodo de reflexión, de búsqueda de paz interior y de fortalecimiento espiritual. La vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo lleva a quienes profesamos la fe católica a encontrar en su amor y su dolor el ejemplo vivo de lo que significa sacrificarse por los demás.

Nadie ha sido capaz de dar tanto –su vida misma– a cambio de nuestra salvación. Nadie nunca antes –ni hoy– sin tener culpa alguna ha entregado su vida y se ha sometido a peor tortura que Jesucristo, cuya vida, pasión, muerte y resurrección conmemoramos en cada Semana Santa.

¿Qué enseñanzas nos debería dejar la Semana Santa en tiempos de pandemia?