El Heraldo
A la hora de depositar el voto, los ciudadanos tienen el poder de elegir su futuro.
Política

Elecciones, la madre de la corrupción

El hallazgo del libreto de una obra de teatro en un bus inspiró al autor para escribir este texto. De las tablas a la realidad, aquí se expone un panorama común en épocas electorales.

Un  experimentado teatrista, Sigifredo Eusse, conjetura que el texto mecanografiado de una obra de teatro, olvidado en un bus, pudo haber sido escrito por Tomás Urueta o Darío Moreu, dramaturgos de reconocida trayectoria;  admirado el primero por las representaciones de las obras de Federico García Lorca y Calderón de la Barca, y el segundo, por la puesta en escena del teatro de Bertolt Brecht.

Hago esta conjetura, me dice Eusse, porque he observado con disgusto que los estudiantes de Arte Dramático de la localidad, en vez de estudiar y poner en escena los clásicos del teatro universal, se han dedicado a crear, en grupos, sus propias obras, sin contar con la experiencia y la formación que la composición de estas exige. Y como para darle consistencia a esta afirmación, añade que solo veinte años después de estar montando obras de autores consagrados, los del grupo de teatro La Candelaria, de Bogotá, dirigido por Santiago García y Patricia Ariza, consideraron que ya estaban suficientemente preparados para crear, entre ellos, una obra digna de ser representada. Esta madurada  reflexión, sostiene el teatrista, dio como resultado ‘Guadalupe años sin cuenta’, una creación colectiva del muy estable y laborioso grupo, considerada un clásico del teatro latinoamericano.

Estas apreciaciones me parecen discutibles, pues tanto la genialidad de los artistas como la de los científicos suele manifestarse desde temprana edad. Rimbaud, Rubén Darío y Neruda escribieron poemas notables antes de los diecinueve años, y Einstein formuló la relatividad del tiempo y el espacio antes de los veinticinco, de modo que no entiendo por qué los jóvenes estudiantes no podrían crear sus propias obras ni por qué no pudo ser uno de ellos quien escribiera el texto olvidado en el bus, misterioso hallazgo que me propongo comentar para los lectores de Latitud:

Primer acto

El primer acto de la obra, titulada ‘Elecciones, la madre de la corrupción’, me hizo pensar en algunos personajes de la película ‘El padrino’, particularmente en el mafioso don Vito Corleone, quien, de acuerdo con las costumbres de su tierra natal, Sicilia, no puede negarle a nadie un favor que le soliciten el día del matrimonio de una hija.

En la primera escena de este acto, no de esmoquin como don Vito en la fiesta de bodas, el caribeño Pedro Cabrales Barletta, protagonista de la obra, resplandece vestido todo de blanco en su oficina con vista al mar, cuyo oleaje contempla desde una alta ventana en compañía del tesorero y del jefe de la campaña que adelanta para hacerse elegir una vez más legislador de su país.

Su secretario se coloca detrás del alto sillón del escritorio y lo maniobra cuando nota que don Pedro ha decidido sentarse. Al lado de esta oficina, en la sala de espera, sentados en cómodos asientos,  conversan animadamente  los capitanes de campaña de los 28 municipios de la provincia. A lado y lado del enorme escritorio de madera bien lustrada, al alcance de la mano de don Pedro, hay sobres de manila con abultado contenido.

—La semana pasada –les dice don Pedro a sus colaboradores– los líderes de los barrios de la ciudad me dejaron contento, muy contento. Espero que la gente de los pueblos me llene un poco más de optimismo. ¿Todos estos paquetes contienen la misma suma? –le pregunta, con un sobre en las manos, al secretario.

—No, hay unos que tienen más que otros; usted me dijo que distribuyera el dinero de acuerdo con el número de electores de cada pueblo. He puesto en cada paquete quince millones más de lo que se supone van a invertir en la compra de votos, para que se queden con ellos, sin la sensación de habernos robado.

—Quince millones es una fortuna, no se la ganarían en tres años de duro trabajo, ¡y sin  darse cuenta de que, voluntariamente, les estamos dando papaya, estimulándolos para que hagan bien su trabajo! –dice el tesorero–.

—Y sin embargo te brincan –replica don Pedro Cabrales–; más de uno nos va a traicionar, pero si triunfamos no importa. Si pierdo, los que me engañen saben que les mando a arrancar las ventanas y puertas de la casa, como lo han hecho algunos de mis colegas derrotados.

Pedro Cabrales sopesa algunos paquetes, ojea la suma y el nombre de los destinatarios, y le ordena al secretario hacer pasar al primero. Uno a uno van entrando los capitanes de los pueblos con el mismo temor reverencial observado en los que reciben favores de don Vito Corleone el día del matrimonio de su hija.

Esta escena puede resultar un tanto tediosa porque don Pedro les dice a casi todos lo mismo y con la misma sonrisa al estrecharles la mano y entregarles el dinero:

—Las cosas malas hay que hacerlas bien; entiéndase con la Policía del pueblo; tenga siempre el bolsillo abierto cuando le pidan para comprar un medicamento, unos ladrillos, unas bolsas de cemento; el que se sabe triunfador no conoce, no debe conocer la palabra economizar, la conocen los que presienten la derrota. No les pague lo del voto antes de que lo depositen en la urna; si triunfo, querido compañero de viaje, triunfa también usted, ganamos todos, gana nuestra patria.

Del último en entrar a la oficina, dice don Pedro luego de verlo salir: ese se va a robar más de la mitad de lo que le dimos, no me extrañaría que se quedara con todo, es un tránsfuga, lo echaron los morados de su partido en las pasadas elecciones, pero este negocio es así, es un juego de ruleta, hay que poner fichas en todos los números, no importa que se trate de un reconocido ratero como ese.

Al contrario de lo conjeturado por Sigifredo Eusse, la lectura de la obra, que no creo que pase de ser un simple borrador, me hace pensar que no pudo ser escrita ni por Urueta ni por Moreu, cuya dramaturgia siempre nos ha hecho pensar que el objeto de todo arte es la belleza; quiero decir que, como en este caso, cuando el hecho estético nos parece sobrepasado por lo político, el espectador puede experimentar la impresión de estar viendo el montaje de un panfleto. El lenguaje de la representación de la sátira, que es lo que me parece lo leído, es en exceso escueto. Notable es, por otra parte, la ausencia de lo femenino, elemento que, siempre detrás de los poderosos, enriquece la obra. Además, no hay amor, una escena de don Pedro en familia, cuya vida no solo puede ser compra de votos, contiendas electorales, peleas por contratos y manejo en abundancia de dinero, que el espectador no sabe de dónde proviene. No hay que olvidar que el Patriarca, el más desalmado de los personajes de García Márquez, dice estas palabras en un episodio conmovedor: ¡ay, Bendición Alvarado, madre mía, déjame limpiar tu espalda purulenta! Con lo que quiere decir el autor que el peor de los hombres conoce también la ternura.

Segundo acto

La primera escena del segundo acto se desarrolla en el patio de la casa de un barrio pobre de la ciudad. La dueña de casa, seguida de una cuñada que está de visita, les sirve café negro a tres personajes que, sentados a una mesa en donde hay desplegado un fichero, esperan a otro para jugar un cuarto de dominó. Entra a escena el esperado, saluda a los presentes, se sienta, revuelve las fichas de dominó y dice:

—Ajá, Irene, ¿y por quién votaste?

—Yo voté por los rojos, Susanita, la que dirige la comparsa El gallo giro, vino a buscarme en un bus que ya estaba repleto; me llevó al puesto de votación y regresé en el mismo bus. Esta mañana, bien temprano, me trajo los cincuenta mil pesos del voto. Todos en el barrio confiamos en ella porque es una mujer honrada. El que no votó fue Marcelo –agrega, mirando con rabia a su marido–; vive en otro mundo, no entiende que todo cambia en la vida; dice que sus abuelos y sus padres eran azules, que él es el propio azul de metileno y que por eso no iba a venderles su voto a los rojos, pero se fregó porque por aquí no pasaron comprando votos los azules; el pobre no sabe que los rojos y los azules se reparten los barrios para no hacerse competencia, ¡y tanto que necesitábamos esa platica!

—Y usted, señora, ¿por quién votó? –pregunta el recién llegado jugador a la cuñada de la dueña de casa.

—En mi barrio estaban comprando los azules, pero les dijimos que no queríamos plata, que lo que necesitábamos era unas láminas de zinc para hacer un baño en el patio, y otras de asbesto para terminar de construir el techo de la casa. Nos dieron eso con la condición de que votáramos todos los de la casa por el doctor Lucho Parra. Votamos yo y mi marido, mi hija y su esposo, y mi hijo y su mujer. Eso daba trescientos mil pesos, pero creo que lo que nos dieron vale más. Hicimos un buen negocio. Y usted, señor preguntón, ¿por quién votó?

—Yo voté por los amarillos.

—¿Por los amarillos? ¿Y cuánto le dieron por el voto?

—No me dieron nada, voté a conciencia.

—¿Y eso qué es?, ¿con eso se come?

—Votar a conciencia es no recibir plata por el voto. El voto a conciencia acortará la distancia entre ricos y pobres, puede llegar el día en que todos tengamos las mismas oportunidades.

—Ñerda, ¿te metiste a comunista? Los amarillos son comunistas disfraza'os –dice uno de los jugadores, que golpea la mesa con el dobleseis que tenía ahorcado.

—No soy comunista, el comunismo fue un fracaso, los amarillos no seguimos a Fidel Castro ni a los guerrilleros de las Farc, que no tienen respaldo popular porque cometen muchas atrocidades, parece que pelearan contra un país extranjero al que hay que destruir por completo; lo que pasa es que ahora los oligarcas llaman comunistas a los alcaldes y gobernadores que no roban porque tampoco los dejan robar a ellos. Para nosotros, un revolucionario es un funcionario que no roba, y no más.

—¿Y qué, vas a decir que los amarillos no roban? En esta ciudad y en la capital hay un montón de amarillos presos por ladrones.

—Eso es verdad, no se puede negar, pero a un jefe de los amarillos le oí decir que, en adelante, si un alcalde o un gobernador amarillo roba, como los que hay presos, no vamos a permitir que le den casa por cárcel; le vamos a dar una fuetera, como a un indígena, antes de que lo apresen. Es justo fuetearlo con la espalda desnuda, porque si lo elegimos sin cobrarle el voto es para que no robe.

—¡Qué barbaridad! –dice la cuñada de la dueña de casa–. Yo no lo creo capaz de apalear una persona, menos porque se enriquezca con la política. Los políticos son buenos, se lo digo porque ni mi marido ni mi hijo ni mi yerno han venido a jugar dominó, porque se quedaron haciendo el baño y acabando de entechar la casa, yo quisiera que hubiera elecciones todos los años.

—Me alegra que vaya a tener más comodidades en la casa, pero es bueno que sepa que las elecciones, esa compra y venta de votos, esto que llaman democracia, es la madre de la corrupción de nuestro país; las elecciones son el punto de arranque de la corrupción. Desde ahí los de arriba comienzan a corromper a los de abajo.

En general, los diálogos de la obra son de una simplicidad aburridora, frases que se dicen en cualquier esquina; tanto apego a lo cotidiano, a la realidad, pudo haber obstaculizado el vuelo de la imaginación del autor, pero es posible que dramaturgos como Moreu o Urueta le encuentren posibilidades teatrales, dimensiones estéticas que los lectores del común no percibimos. Luego de la lectura de un cuento cualquiera puede decir si es bueno o malo, pero con una obra de teatro no sucede lo mismo, todo depende del director, del montaje que haga de ella. El director puede enriquecer o empobrecer la obra al llevarla a las tablas.

Tercer acto

La primera escena del tercer acto se desenvuelve en un ambiente de fiesta al aire libre, animada por un conjunto de música vallenata. El escenario está colmado de parejas que bailan y dan vivas a don Pedro. La música se detiene antes de terminar la pieza que toca el conjunto, y las parejas le abren paso a Cabrales, que de blanco vestido –del sombrero a los zapatos–, avanza desde el fondo del escenario con los brazos en alto para recibir aplausos y exclamaciones de júbilo. Instalado el silencio, dice: gracias a la honradez de todos ustedes, al buen manejo de los recursos puestos a disposición de mi campaña, he sido electo por octava vez senador de la República. Esta elección, con la que he decidido poner fin a mis contiendas electorales, me ha producido una satisfacción mayor y más grata que todas las anteriores juntas. Mis setenta mil votos me indican que la nueva generación de electores sabe muy bien quién soy yo, un hombre que se hace respetar de altos y mandos medios, de policías y generales. Los he invitado a comer, a bailar y a beber porque me parece la mejor manera de compartir con ustedes mi alegría. ¡Viva el partido Rojo! ¡Viva la patria! ¡Música maestro! –Una de las invitadas baila con él.

Última escena

Ocurre en la oficina del senador reelecto. Mirando hacia afuera desde la alta ventana, don Pedro Cabrales le dice a su secretario:

—El río esta crecido, Josefo, ven a verlo; la velocidad de la corriente es tan fuerte en la desembocadura que enturbia las aguas azules del mar en más de dos o tres kilómetros. En este momento tocan la puerta.

—Deben ser ellos, ábreles, por favor. Sin apartarse de la ventana, don Pedro recibe con una amplia y alegre sonrisa a su jefe de campaña y a su tesorero. Después de saludarlos con abrazos, les dice, sin dejar de sonreír y señalando con el brazo extendido hacia afuera: vean eso, las canoas que vienen bajando de aguas arriba del río están atracando allá, en aquel puertecito, cargadas de bocachico. Como a esos pescadores –agrega, pasando de la alegre sonrisa a la carcajada–, a nosotros también nos está llegando la bocachiquera, vengan y les cuento. Se sienta don Pedro en su alto sillón y los visitantes enfrente suyo.

—Ya celebramos mi elección, ahora vamos a celebrar, en la intimidad, por supuesto, esto que les voy a decir: tú –se dirige al tesorero de su campaña– serás nombrado secretario de Hacienda de la provincia, me lo confirmó anoche, en su casa, el gobernador; y tu, hermano Ricardo Berdugo Silver –se dirige al jefe de campaña– serás el candidato del señor presidente para la elección del contralor. El presidente aceptó la propuesta que le hicimos los senadores de la región porque sabe que tu hermano tiene prestigio en el medio jurídico de la capital. Ricardo sabe, como no me canso de repetirlo, como lo sé yo y lo saben ustedes, que las cosas malas deben hacerse bien, ¡Qué maravilla! Ricardo controlando a los funcionarios de nuestro partido. De ahora en adelante, ustedes deben comportarse como ricos, porque lo serán. Todo alto funcionario público debe hacerse rico, eso lo comprenden los ministros y el pueblo en general. Todos los alcaldes de pueblo se van a vivir a la capital de su provincia, en los mejores barrios, después de gobernar durante tres años a sus coterráneos. Lo importante no es lo público, lo que se vive en las calles rotas, en las escuelas sin pupitres, en los hospitales sin recursos, sino lo privado; la vida propia de los barrios elegantes de todas las ciudades del país es lo importante.

FIN 

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