Ayer fue la gran celebración del Día de la Niñez por lo que en muchos puntos de la ciudad se cumplieron actividades lúdicas para promover los derechos de los infantes al juego, al sano esparcimiento y a la recreación.
No obstante y a pesar de los esfuerzos del estado, la empresa privada y todas las entidades que velan y se preocupan por brindarles un futuro más positivo, la realidad es otra: miles de niños en nuestro país y en el resto del mundo siguen en estado de indefensión, sometidos a maltratos, viviendo el horror del conflicto armado, padeciendo el rigor de una enfermedad, sometidos al trabajo duro y sufriendo el flagelo del abuso y el desamor.
Por eso, hay que continuar aunando esfuerzos para brindarles la seguridad y las herramientas para su pleno desarrollo. A propósito de esta fecha, hoy contamos las historias de tres niños que por diversos motivos no pudieron ir a un parque a inflar un globo o a tomarse una foto con un payaso como sí lo hicieron miles de infantes.
Richard, el pequeño contador de mamá
Richard tiene 12 años y cursa sexto grado en el Instituto Cultural las Malvinas que está ubicado en el mismo barrio donde este pequeño comparte la vida con su madre, una mujer trabajadora que se gana el sustento de ambos con la venta de frutas en un puesto alquilado en el mercado de granos, justo en el sector conocido como ‘La placita de la cervecería’.
Mientras algunos infantes ya disfrutaban de las diferentes actividades programadas en la ciudad a propósito de la celebración del Día Internacional del Niño, Richard estaba llevando las cuentas en una libreta que solo él maneja. Allí apunta la venta día por dia.
En medio de un ambiente muy deteriorado, decadente, saturado de malos olores y suciedad , este pequeño batallador se enfrenta a su libreta y a sus números con una tranquilidad apabullante, pensando en su escasa edad y su poca experiencia de la vida.
“Él es un ‘coco’ pa' los números y me ayuda bastante con las cuentas”, aseguró Jorleidys de Arco madre del menor, para luego explicar que, “la verdad es yo me lo traigo casi todos los días porque no quiero que se me quede solo en la casa y menos en ese barrio que es tan pesado, a veces a mí me toca venirme pa'l mercado desde la una de la mañana y otras a las tres así que me vengo con mi pelao y él se duerme por ahí en una hamaca hasta que comienza el trabajo y me ayuda con las cuentas. Yo prefiero que esté aquí conmigo ayudando que por allá solo”, afirmó Jorledys.
Richard asegura que no le gusta salir mucho, que prefiere patear bola con sus amigos o ir a la piscina del barrio donde puede nadar y divertirse por solo mil pesos la hora, que asistir a cualquier actividad programada en la conmemoración de esta fecha. “Me hubiera gustado que él fuera alguno de esos programas pero mire con qué tiempo y con qué plata si la cosa aquí en el mercado está dura y la verdad no tenemos ni para los transportes, esa es la verdad del pobre”, aseguró.
La historia de Juan Diego
En el cuarto número siete del Hospital Niño Jesús reposa un ángel distraído amigo de las galletas, del juego y de la algarabía de los parques. Juan Diego tiene escasos 3 añitos y el día de los niños lo pasó no precisamente entre payasos y títeres o jugando con sus primos en el parque de su natal Repelón, como a él le hubiera gustado. Para esta inocente criatura, el día fue un recetario más de antibióticos, corticoides e inmunosupresores para tratar de controlarle esa rara enfermedad que atacó la totalidad de su piel de forma voraz y ponzoñosa.
El cuerpo de Diego es un mapa de llagas secas estampadas por toda su pequeña humanidad.
Explicó su pediatra de cabecera que el niño sufre de una enfermedad poco común que raras veces se presenta en niños tan pequeños y generalmente ataca a personas de edad avanzada, el pénfigo ampolloso es un trastorno que ataca la piel y del cual aún se desconocen las causas que lo producen, pero puede estar relacionado con trastornos del sistema inmunitario, otras enfermedades o el uso de algunos medicamentos.
El caso de Diego es severo pero afortunadamente, las múltiples ampollas ya se encuentran secas. Su madre María Inés Ávila recordó que al niño le empezaron los síntomas con una simple ampolla en la pierna.
Esta mujer que vive en el barrio Nuevo Milenio de Repelón relató que Juan Diego siempre ha sido un niño alegre, juguetón, hablador y saludable. Para ella es un alivio que el niño esté respondiendo bien al tratamiento y agregó que en otra circunstancia estaría celebrando el día de los niños con su bebé en el parque de su pueblo y acompañada de sus sobrinos.
Además recordó con entusiasmo que a su hijo le dan de alta mañana y justamente ese ha sido el regalo más preciado que la ha dado la vida en este mes de los niños justo en estas fechas de celebración.
Ayer, con una sonrisa llena de esperanzas colgada en sus labios, le entregó una galleta al impaciente ángel distraído de tres años, que demandaba por su golosina.
John, la abuelita y la carretilla
A John lo encontramos ayer empujando una carretilla de madera junto a su abuela por las calles del mercado público. Ambos transportaban varios tanques repletos de desperdicio de algunos restaurantes del centro de la ciudad.
Este niño de 9 años es fanático del balón, dice su abuela Rita Isabel Hernández, una mujer que pese a sus 85 años de edad aún le sobran fuerzas para trabajar de lunes a sábado de 2 a 5 de la tarde en compañía de su nieto favorito.
John ya conoce lo que es colaborar en el trabajo diario que sostiene su humilde casa. Por eso, estudia en la jornada de la mañana y todas las tardes sale de su casa en Rebolo a acompañar a su abuela para tirar de la carretilla hasta el centro de la ciudad donde llenan los tanques plásticos y las bolsas de los desperdicios que luego transportan hasta su barrio donde los cerdos que crían en casa y que son el sustento de la familia dan cuanta de manera ávida de los toneles de desperdicios que les traen la afable anciana y su pequeña compañía. “Yo la ayudo con los tanques, a sacar las bolsas y a empujar la carretilla”, dijo el niño algo tímido y cohibido, mientras el roble poblado de hojas blancas que es su abuela, sonreía y le daba un abrazo afectuoso recordando que el niño está prendido de ella y le gusta acompañarla.
No obstante, al travieso John le hubiese gustado ir al parque a jugar a la pelota con sus amigos o asistir a cualquiera de las programaciones de la celebración del día del niño que se dieron en distintos lugares de la ciudad en esta fecha, pero para John que se encuentra del otro lado de la balanza este pequeño gusto no le fue posible. . “Chévere que la hubiera pasado con mis amigos, pero tengo que ayudar a mi abuela”. Son palabras que a cualquier padre llenarían de orgullo, sin embargo en este caso al mirar a este niño alejarse en compañía de su abuela empujando una carretilla repleta de despojos, entre indigentes y calles destruidas, entre el caos vehicular, y ese olor a comida pasada y vieja, no queda más que cuestionar el orden irracional de una sociedad que a muchos les premia en demasía y a otros apenas les alcanza para ir tirando entre trabajo duro, el afecto de los suyos y la poca felicidad que le puedan arañar a esta vida que aunque nos duela definitivamente no es cuento de hadas.
Por Carlos Polo



















