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Cuatro adolescentes van aspirando cigarrillos Hollywood y exhalando risotadas caribe por una calle enmarcada de árboles, en un atardecer en La Habana. Cruzan la frontera evanescente entre el barrio Vedado, donde se concentran los turistas y los dólares, y el barrio Cayo Hueso, donde viven ellas. Samantha, la más bajita y parlanchina, resume el sentimiento que les despierta la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y la isla con una sola frase, tan contundente como el brillo del piercing en sus labios: 'Ya era hora'.

Por sus rasgos menudos, su delgadez y su carácter juguetón, las jóvenes podrían pasar por estudiantes de colegio. Pero cursan primer año de enfermería y se revelan como universitarias cuando analizan el impacto de lo anunciado por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro. 'El país más rico de todos necesita de Cuba. Todos necesitamos de todos. Incluso de los más pobres. Y Estados Unidos necesita de Cuba', dice Samantha, manoteando al aire.

La colaboración en salud fue uno de los puntos clave del discurso del mandatario estadounidense, y Samantha y su grupo no tienen dudas sobre la alternativa que encarnan ellas y todos los alumnos cubanos de la rama de la medicina. 'Nosotros tenemos médicos que en Colombia no tienen. Tienen que venir a estudiar acá. La educación es gratuita, en otros países no', dice ahora Thalía, y se fuma su Hollywood. La caja es green y en un costado se lee 'Calidad internacional hecha en Cuba'.

Ellas, como la mayoría de los estudiantes de los distintos grados de enseñanza en la Isla, participaron de una marcha masiva que se tomó las calles en la tarde del miércoles, luego de la transmisión de la alocución simultánea que por un momento tuvo al mundo pegado a las pantallas, más que cualquier final de deporte alguno. Con pancartas y arengas los jóvenes cubanos celebraron la noticia, que llega a reparchar una historia que hace 54 años se había partido en dos.

ESPERANZA. 'Vamos a cambiar para mejorar. Vamos a progresar, a mejorar en todos los sentidos. No es que esté en malas condiciones, porque el país nos resguarda en todo. Pero puede mejorar', añade Thalía, que tal como confesó Obama en su discurso, nació cuando ya el bloqueo estaba en marcha. A su alrededor, pasan carros de viejas curvas infladas y sinuosas. Acá conservan su resplandor. Los Cadillac, los Ford, los Chevrolet y otros clásicos americanos de metal duro, pueblan autopistas anchas rodeadas por largas palmeras, que apenas le acarician los tobillos a edificios altos, de balcones y arcos modernos, vestidos con una romántica capa de polvo y humedad. Un presente americanizado por el pasado. Los coronan avisos como 'Hasta la victoria siempre', 'Revolución es construir', etc, instalados en las azoteas. Banderas cubanas ondean desde lo alto por doquier. Esa que tanto se parece a la de Estados Unidos, pero con una sola estrella.

El optimismo de la joven enfermera de 16 años lo comparte un viejo fotógrafo que lleva 33 años retratando este mismo país. 'Hay mucha felicidad. Mucha esperanza, de que esta tierra pueda mejorar, salir adelante', dice Orlando Vilá, a la salida del aeropuerto de La Habana. Allí también está el taxista Giraldo Morales. Un señor de camisa y corbata de rombos negros que ya es abuelo, que nunca ha conocido otro país, y sin embargo habla con convicción del suyo. Destaca el clima, la seguridad, la vida nocturna, los restaurantes, los cabarets, y que todo el mundo está 'de lo más contento. Muy contento', con el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos.

No es solo un asunto sentimental. Los cubanos tienen motivos contables para estar felices. USD2.000 millones fueron las remesas de Estados Unidos hacia Cuba el año pasado. Y otro de los puntos prometidos es facilitar el acceso de turistas estadounidenses, que hoy deben llegar a la isla viajando desde un tercer país. En La Habana, la gente aplaude cuando el avión aterriza, con la libertad de saber que no hay nadie armado de ínfulas que salga a señalar al otro de corroncho.

En el recorrido del aeropuerto hacia el centro urbano hay un letrero gigante y desteñido que muestra una paloma doblando un cohete, bajo el lema 'preferimos aferrarnos a la esperanza'. Socialismo o muerte; amo esta isla, son palabras que se leen en los muros de fincas y edificios. 'Listos para vencer', advierte el estadio de béisbol. En la radio suenan los Orishas, con una canción para la ciudad maravilla, ‘Habana’. Ese nombre que Hollywood ha mitificado, y que hoy sirve de escenario a los diálogos de paz entre el gobierno colombiano y las Farc, es más que una ciudad. Tiene unos dos millones de habitantes, pero La Habana parece un gran acto de autoafirmación.

LA VICTORIA. Ricardo Gracia Armas es el funcionario encargado de apartar a un lado a los sujetos de aire sospechoso que llegan al área de inmigración cubana y retenerlos, por dos horas en promedio, hasta que la impaciencia les saca su cara más enclenque. Justo allí, cuando el punto último del desespero los convierte en indefensos suplicantes que mendigan una respuesta, queda demostrado que no son ninguna amenaza. Entonces los deja pasar.

Ricardo en realidad no tiene ninguna gracia y parece estar en armas. Rapado, arrugado, con una camiseta de cuello amplio que deja a la vista un pecho rojo, lleva una cadena y guantes de látex para manipular los pasaportes que retiene. No muestra asomo de sonrisa durante horas, esquivando ruegos aquí y allá bajo la penumbra amarillenta del aeropuerto de La Habana. Desafía todo estereotipo del cubano alegre, incluso cuando admite lo que sintió ante el anuncio de Barack Obama y Raúl Castro de reanudar las relaciones diplomáticas que habían suspendido hace 54 años. 'Felicidad, felicidad. El pueblo está contento', dice el 18 de diciembre, entre dientes apretados que no le alcanzan a cortar el acento musical. 'Es la mejor noticia que pueden dar en el año', añade el funcionario público y se despide, como con rabia, para descartar cualquier explicación.

Adentro de la ciudad, voceadores arrugados y escuálidos reparten el periódico Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. '¡Volvieron!', es el titular. 'Como prometió Fidel, arribaron a nuestra patria Gerardo, Ramón y Antonio', dice en referencia a los cubanos que llevaban 16 años presos por mano de Estados Unidos, y que recobraron la libertad en medio de los anuncios, tal como Alan Gross. '¡Vinieron los que eran! ¡Era injusto!', grita el voceador, que sesea por la calle como a punto de doblarse.

Prende un habano y se rehúsa a dar más explicaciones. '¡Lea!', vocifera. Incluso los más viejos, como los jóvenes, dan señales de que la felicidad tiende a ser unánime en la isla. Aunque los motivos y el tono difieran. Aunque unos fumen puros y otros, Hollywood.