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Diablos Arlequines de Sabanalarga aluden al disfraz con el que los españoles asustaban a los indígenas en la colonia. Christian Mercado
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Tradiciones que se niegan al olvido en un solo grupo

Imperio de las Aves, Diablos Arlequines y Farotas de Talaigua son unas de las danzas más auténticas que desfilaron en la Gran Parada de Tradición. 

Un grupo de pájaros esquivando las balas del cazador, unos diablos con traje de bufones que botan fuego por la boca y unos hombres maquillados y vestidos de mujer desfilaron ayer por el Cumbiódromo sin que el público percatara las andanzas que tras sus pasos escriben historia. El Imperio de las Aves, los Diablos Arlequines de Sabanalarga y las Farotas de Talaigua son algunas de las danzas que se niegan a caer en el olvido en un solo grupo sobreviviente. 

Así lo hicieron nuevamente bailando en un recorrido de metros por la Vía 40, en la Gran Parada de Tradición, consagrada a los grupos tradicionales que dieron origen a la fiesta y que se han apegado a sus raíces sostenidas en el tiempo. Las aves, los diablos y las farotas son algunos de ellos; a quienes este año el desfile rinde homenaje por el folclor que celebran hace 50 o más años. 

Imperio de las aves

Canarios, azulejos, turpiales, cardenales y otros pájaros del Caribe salieron bailando en la cabeza de 15 jóvenes de entre 10 y 22 años, quienes con coloridos trajes y movimientos corporales hacían alusión a estos ‘reyes’ del cielo. Así lo han hecho desde 1930, cuando fue fundada la danza de relación Imperio de las Aves en el barrio Rebolo, contó su directora Carmen Berdugo, de 70 años. 

Después de unos versos, los integrantes del grupo movían sus brazos desde donde se desplegaban alas. Se mantenían al ritmo de los tambores hasta que llegaba el cazador, a quien rodeaban en un acto de supervivencia. 

Eran los movimientos que Pedro Barreto y Pedro Berdugo hacían hace más de ocho décadas al imitar las aves que observaron en el campo durante su niñez. Ellos eran vendedores de plátano en el marcado de Barranquilla. En sus faenas diarias veían las aves carroñeras del lugar añorando las de los coloridos plumajes que conocieron tiempo atrás. 

Se les ocurrió entonces crear una danza para hacer un homenaje a la fauna de su infancia en Ciénaga (Magdalena). El mando lo tuvo Barreto hasta 1954, cuando entregó la dirección a Berdugo. Este, a su vez, se la cedió a su hija Carmen hace 20 años. 

Con el recuerdo de sus padres fallecidos pidiendo plata en las calles para no quedarse por fuera del Carnaval, el ama de casa lucha por seguir la tradición familiar desde su hogar en el barrio La Candelaria de Soledad, que se aferra a la vida solo en su grupo.

“Es un legado que me dejó mi padre; aunque esté muy cansada ya para estos trotes, la seguiré sacando en el Carnaval hasta que uno de mis cinco nietos me sustituya”, expresó Carmen llevando el agua atrás del grupo, pues su guía fue útil hasta que aprendieron a ‘volar’ solos por la fiesta de la Vía 40. 

Diablos Arlequines

“No todos lo pueden hacer. Aunque no es difícil, mientras se aprende hay varios quemones”, dijo Gastón Polo sosteniendo la bandera de la danza que dirige, Diablos Arlequines. Se refería a los juegos con fuego que los integrantes realizan con en medio del baile, y que capta la mirada de un público asombrado y los lentes de las cámaras. 

Una máscara de diablo se usa como sombrero en la cabeza de los 16 bailadores del grupo. La cara pintada de blanco y un traje de bufón, muy colorido y con sonajeros en los pies, piernas, cadera, brazos y manos. Las campanas suenan en cada movimiento como anunciando su llegada. O asustando, como antes. 

“Durante la colonia los españoles se disfrazaban de diablo para atemorizar a los indígenas por las noches y así apropiarse de sus tierras”, explicó Polo. Los asustaban botando fuego por la boca y saltando botellas de vidrio con unos zapatos que tenían unas castañuelas que producían un sonido único que los aborígenes nunca habían escuchado. 

Pero la historia también cuenta que, como disfraz, los diablos nacieron como una burla a la colonización, producto del mestizaje que por la época surgió en la región. De ahí su vestimenta de arlequín (personaje cómico de la antigua comedia del arte italiana). 

La danza se fundó en 1979 a unos 50 kilómetros de Barranquilla, en Sabanalarga, por Apolinar Polo; como un rescate del disfraz individual que creó Marcial en los años 30. Ahora su hijo Gastón dirige el grupo folclórico que año tras año alista castañuelas, máscara y queroseno (líquido inflamable) para salir en las carnestolendas como únicos representantes de su tradición. 

Farotas

Las faldas estampadas de flores se movían contra el viento; el traje lo completaba un delantal, una blusa manga larga, un sombrero con flores en la parte frontal, aretes largos y una sombrilla para resguardarse del sol. Así bailaron unos 12 hombres por el Cumbiódromo, con los cachetes rojos del maquillaje. 

Con el cuerpo inclinado los pies iban hacia adelante guiados por las notas de la caña de millo, el tambor y la tambora. Contradiciendo su vestimenta, sus posturas y ademanes no escondían su masculinidad. Esas son las Farotas de Talaigua, Bolívar que hicieron presencia ayer en la Gran Parada de Tradición. 

La danza es una burla a los españoles que intentaban propasarse con las mujeres. Cuenta la tradición oral que los indígenas de la Depresión Momposina esperaban, vestidos femeninamente, a los españoles que llegaban a sus casas para acecharlas. Así los sorprendían y se vengaban.

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