El Heraldo
Hernán Díaz
El Dominical

El día en que Gabito conoció a su madre

Según Luisa Santiaga Márquez, debió ser en julio de 1930, durante el bautismo improvisado de Gabo, un dato incierto porque ni sus biógrafos, ni ella, ni él mismo se pusieron de acuerdo.   

Carmelina Hermosilla, la prometida, permanecería en Ayapel organizando la logística de la boda. Mientras tanto, Gabriel Eligio García Martínez, el prometido, viajaría a Barranquilla a comprar suministros imposibles de conseguir en el pueblito cienaguero. Allí se encontró con su primo Carlos Henrique Pareja, a quien le contó del matrimonio. El primo le aseguró que estaba cometiendo un error. Cómo se le ocurría casarse con apenas veinte años, eso le pasaba por dejarse llevar por el romanticismo de la poesía que tanto leía. García Martínez canceló la boda y aceptó el cargo que su primo le consiguió como telegrafista oficial de Aracataca.

Antes de posesionarse, se presentó ante el coronel retirado Nicolás Márquez, patriarca de una de las familias más importantes del pueblo. El coronel lo recibió con entusiasmo por ser un recomendado del padre Aguado, un cura afín con las ideologías del Partido Liberal (para el cual el coronel había combatido durante La Guerra de los Mil Días). Al día siguiente, el coronel lo invitó a su casa de playa en Santa Marta y allí conoció a Luisa Santiaga Márquez Iguarán, la hija del coronel.

También gracias a la recomendación del padre Aguado, el cura de Aracataca lo incluyó como violinista en el coro de la iglesia. El telegrafista empezó a ser conocido por tener siempre un verso listo para elogiar a cada una de sus veinte compañeras. Con Luisa, quien no hacía parte del coro, trabó una amistad muy cercana que empezó a convertirse en algo más cuando ella tuvo que viajar fuera del pueblo, por órdenes médicas, para recuperarse de una intoxicación. Con el premio de una lotería, García Martínez compró un traje elegante y, el día del regreso de Luisa, la esperó en la estación. “La saludé con un suave apretón de manos. Ella correspondió de la misma manera y me entregó unos dulces que me traía. No me dijo una palabra, pero en el temblor de su mano yo pude percibir que sentía algo por mí”, aseguró. 

Durante semanas, continuarían regalándose miradas silenciosas hasta que García Martínez le pidió matrimonio. Indecisa, debido a la fama de enamoradizo de su pretendiente, Luisa aceptó. Los Márquez Iguarán no estuvieron de acuerdo. Por un lado, los consideraban (ella de veinte, él de veinticuatro) demasiado jóvenes. Por el otro, el coronel era muy celoso de Luisa por ser su consentida después de la muerte de Margarita, su hija mayor. Las malas lenguas incluso hablaban de prejuicios de la familia hacia el telegrafista por tratarse de un «hijo natural», por su carácter de aventurero, por ser conservador, por carecer de rango aristocrático y por su piel muy morena.

A pesar de la oposición, los enamorados se enviaban recados a través del mensajero de la telegrafía o se dejaban cartas escondidas en una botica cercana. Cuando García Martínez empezó a presentarse con serenatas de violín a la puerta de la casa, el coronel decidió que solo la distancia podría separarlos. Envió a su hija, con su madre y una sirvienta, a una travesía de cuatrocientos kilómetros, a lomo de mula, hasta Santa Marta. Los jóvenes se mantuvieron en contacto a través de notas cifradas que él enviaba a los telegrafistas de los pueblos por los que sabía tendría que pasar Luisa. Meses después, cuando llegaron a Santa Marta, García Martínez las esperaba en el puerto. 

Los Márquez Iguarán perdieron la batalla cuando García Martínez pidió a monseñor Pedro Espejo (amigo de la familia) que intercediera por él. Después de revisar los antecedentes y referencias del pretendiente, monseñor Espejo aseguró que no había nada que hacer: los jóvenes estaban enamorados y no habría forma de impedirles que se casaran. Lo hicieron el 11 de junio de 1926.

 

Luisa Santiaga Márquez y su historia con Gabriel Eligio García inspiró ‹El amor en los tiempos del cólera›.

Todavía contrariado con sus suegros, García Martínez no los invitó a la boda y se radicó con Luisa en Riohacha. Cuando Luisa quedó embarazada, sus padres asumieron el evento como una señal para recuperar el contacto con su hija y les pidieron volver a Aracataca, pero García Martínez mantuvo su promesa de nunca volver al pueblo y no hablar con sus suegros. Pronto llegó la noticia de que la aflicción de la madre de Luisa la había enfermado y la pareja resolvió que Luisa daría a luz en casa de sus padres, pero García Martínez permaneció en Riohacha.

El parto no fue fácil ni rápido. Luisa sangraba con abundancia y tuvieron que llamar a una partera que, con ejercicios respiratorios y masajes, ayudó a que el niño naciera vivo, aunque con el cordón umbilical enredado en el cuello. No se veía muy sano y Francisca Cimodosea Mejía, prima del coronel, sugirió bautizarlo de inmediato. Gabriel José García Márquez, Gabito, trajo consigo la reconciliación de su padre con sus abuelos. La familia volvió a reunirse y vivir completa en Aracataca.

García Martínez abandonó su puesto como telegrafista y se dedicó a trabajar como médico empírico, debido al interés que tenía por la homeopatía y gracias al conocimiento de unos cuantos cursos a los que asistió por su corto paso por la Universidad de Cartagena años atrás. Pero Aracataca nunca le fue suficiente y en enero de 1929 se fue a vivir a Barranquilla con Luisa y Luis Enrique, su segundo hijo recién nacido. Se acordó que Gabito permanecería al cuidado de sus abuelos y de esa forma las visitas entre Aracataca y Barranquilla se volvieron frecuentes. En su primer viaje, Gabito quedó fascinado con los semáforos y la idea de controlar el tráfico solo con luces. En el segundo, lo llevaron a conocer a su nueva hermana, Aída Rosa, y se deslumbró con un avión que revoloteaba en los cielos, como parte de la celebración del centenario de la muerte de Simón Bolívar. 

Durante los primeros años de vida de Gabito, su abuela y sus tías fueron sus madres y así las reconocía el pequeño. Luisa, su madre natural, era apenas una señora que vivía en otra ciudad. El primer recuerdo que García Márquez tiene de ella debió ocurrir entre su primer y segundo viaje a Barranquilla. Pero no hay certeza de ello porque ni sus biógrafos, ni su madre, ni él mismo, lograron ponerse de acuerdo sobre qué edad tenía. Su madre asegura que debió ser alrededor de julio de 1930, durante el bautismo de su hermana Margot. (Que fue también el bautismo de Gabito. En medio de la ceremonia, algún familiar recordó que al niño nunca lo habían bautizado oficialmente, solo le habían practicado el bautismo de emergencia la mañana en la que nació. Así que lo acercaron a la pileta, el cura le dio la bendición y lo empapó de agua helada). García Márquez no estaba de acuerdo con la fecha dada por su madre, pero el recuerdo sí que lo tenía nítido en su memoria: «Yo entré y mi madre estaba sentada en una de las sillas de la sala de la casa de Aracataca. Tenía un vestido color rosado de hombreras de campana y un sombrero verde. Entonces me dijeron: «Saluda a tu mamá», y recuerdo que me sorprendió mucho que me dijeran que esa era mi mamá». 

Con información de: ‹Saldívar, Dasso. El viaje a la semilla›, Ediciones Folio (2008).

* Escritor. Autor de ‹Tomacorrientes inalámbricos› (2018) y ‹Guía para buscar lo que no has perdido› (2019).

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