Cada día se conocen nuevos y significativos avances en el desarrollo de las vacunas experimentales contra la Covid-19 que alimentan la esperanza en el mundo entero. Los medicamentos de Pzifer y Moderna alcanzaron una efectividad de 95% y 94,5% respectivamente, y en el caso del de Astrazeneca, tras una segunda fase de pruebas clínicas, se confirmó su seguridad en personas mayores sanas al generar una respuesta inmune.

Son buenas noticias, según los resultados iniciales, pero como la misma Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha apresurado a insistir en varias ocasiones, lo más aconsejable es mantener un “optimismo cauteloso” y no dejarse arrastrar por una euforia desbordante que conduzca a bajar la guardia en momentos en los que decenas de países atraviesan una segunda y hasta una tercera ola de la pandemia.

La inmunización global es el mayor desafío, una vez se tenga la vacuna. La discusión se centra en cómo establecer una estrategia o un sistema inclusivo y sostenible que garantice el acceso universal a estos tratamientos para evitar que se registre un escenario de dos o tres velocidades con países excesivamente retrasados en la vacunación. Estados Unidos iniciaría vacunación en diciembre, mientras que Alemania, Inglaterra, España, Israel, Japón o Canadá tienen ya aseguradas millones de dosis cuando arranque la producción y empiezan a establecer cronogramas de inmunización, así que la esperada vacuna podría convertirse en una solución reservada solo a las naciones ricas.

Al término de la cumbre del G-20, celebrada este fin de semana, los líderes de las economías más poderosas coincidieron en que la pandemia no será superada si no se garantiza un acceso justo y equitativo a las vacunas, a los 180 países que integran el mecanismo multilateral Covax de la OMS, del que también hace parte Colombia. Esta alianza de naciones que compartirán riesgos asociados con el desarrollo de vacunas, a través de un fondo global de financiamiento, requiere aportes considerables para no quedarse rezagada en la carrera para detener el virus. Hasta ahora los recursos recaudados no son suficientes y el tiempo se agota para subsanar el déficit.

Vacunar solo al 20% de la población de América Latina y el Caribe costará más de USD2 mil millones que aún no están asegurados. En contraste, Francia acaba de disponer de 1.500 millones de euros para adquirir vacunas para sus ciudadanos. Muchas farmacéuticas, entre ellas Pfizer, tienen firmados contratos bilaterales con países que pagaron por adelantado y para ellos serán las primeras dosis. Por tanto, se teme que en el corto plazo las naciones de bajos ingresos no tengan acceso oportuno a las vacunas o no reciban dosis a tiempo por falta de producción suficiente. Superar este cuello de botella será uno de los mayores retos en esta etapa.

Convertir a las vacunas en un bien público global es la meta, pero para lograrlo se necesitan recursos de los que solo disponen los países desarrollados. Si estos no se meten la mano al bolsillo será muy difícil que la vacuna sea accesible y asequible para la población más pobre del planeta. “La solidaridad es supervivencia”, aseguró Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, y no le falta razón porque solo a través de una acción coordinada y conjunta, que sobrepasa un acto de buena voluntad, se podrá empezar a dejar atrás la pandemia que ha devastado a la humanidad.

Las vacunas deben ser un derecho de todos y no un privilegio reservado a unos pocos poderosos. Cooperación multilateral, entendimiento y sobre todo, liderazgo para asumir compromisos en favor de los más vulnerables y no profundizar aún más las inequidades globales. Toda una prueba moral.