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El Editorial | Reina la desconfianza

Se ha desatado una conflictividad entre quienes, de manera pueril, están cazando peleas, señalando responsables y haciendo juicios de valor frente a la actuación de gobernantes, autoridades públicas y hasta expertos científicos.

En el peor momento reina la desconfianza. En esta coyuntura extremadamente compleja por la magnitud de la actual crisis sanitaria en Barranquilla y el Atlántico, que demanda interacción honesta y franca entre las personas, basada en la confianza y en el respeto, se libra una gran batalla que, lamentablemente, no busca la unidad de unos con otros para enfrentar la amenaza de la COVID-19, sino que apuesta por la confrontación de unos contra otros para generar más rupturas.

Si la única cadena de ARN que forma el genoma del virus fuera una persona, a esta altura del avance de la pandemia podría estar cantando victorias tempranas ante la conflictividad que ha desatado entre quienes, de manera pueril, están cazando peleas, señalando responsables y haciendo juicios de valor frente a la actuación de gobernantes, autoridades públicas y hasta expertos científicos, porque, según ellos, no están haciendo lo que estiman más conveniente para enfrentar la proliferación del contagio.

 En vez de promover cooperación y entendimiento, claves para superar la pandemia, aquí y en Cafarnaúm, quienes intentan imponer sus posiciones como la única argumentación válida, descalificando todos los demás razonamientos, terminan generando tal confusión que hoy está resultando mucho más difícil lograr una respuesta coordinada y coherente a los desafíos que plantea el combate del virus, para el que no existe manual de instrucciones. Y el que diga que lo tiene que lo vaya patentando ipso facto porque se le convertirá en tremendo best-seller en cuestión de horas.

La crispación que altera la convivencia ciudadana y que alcanza su máxima expresión en las redes sociales, que a diario están redefiniendo la agenda política, está cobrando una nueva dimensión. Con igual ligereza y propósito de daño se desacreditan, menosprecian y subvaloran muchas de las estrategias en marcha. Siempre habrá una razón, lo bastante buena a juicio de quienes se convierten en profetas del Apocalipsis, para arramblar con las iniciativas, planes o proyectos de quienes están intentando enfrentar esta megacrisis, sin precedentes, que despliega múltiples rostros, cada cual más dramático, de exponencial emergencia sanitaria o devastadora debacle económica y social. Clave entender que no se trata de caer en la complacencia, de no cuestionar o de dejar de debatir con nivel.

Bienvenida la discusión que enriquezca y rete a los gobernantes a corregir cuando haga falta o a dar un viraje porque solo los tontos no cambian de opinión. Pero acudir al reproche y al insulto para controvertir las medidas adoptadas y, de paso, cuestionar la legitimidad de los mandatos adquirida en las urnas solo añade más tensión y amenaza con trasladarla a las calles.

El expresidente de Gobierno de España, el socialista Felipe González, dijo alguna vez: “Rectificar es de sabios y de necios tener que hacerlo a diario”. Hoy, confrontados por la realidad de la pandemia, la dirigencia está sometida a la dictadura del like y cada vez más presionada por la pérdida de confianza en las instituciones, lo que genera enormes riesgos para el ejercicio de su labor.

Generar confianza y evitar caer en la deriva de los enfrentamientos y confrontaciones, que se extienden sin tregua, es un desafío adicional que deben asumir los gobernantes en estos tiempos complejos en los que salvar vidas y garantizar la supervivencia socioeconómica de los ciudadanos, especialmente los más vulnerables, debe ser su prioridad. Ya va siendo hora de entender que dependemos los unos de los otros, pero sobre todo de nosotros mismos.

Nadie va a poder ayudar a nadie, si éste no quiere y es capaz de aportar lo que le toca para salir adelante. Dinamitar el papel estabilizador de las instituciones, insultar a la Policía, agredir a los profesionales de la salud o generar desconfianza en la desafiante lucha que libran hoy quienes están en la primera línea de atención de la pandemia no vacuna a nadie del contagio.

La unidad siempre será la mejor respuesta ante el infortunio, y el que hoy afronta Barranquilla y el Atlántico clama al cielo para que todos estemos del mismo lado, más ahora que las medidas serán cada vez más fuertes porque así lo demanda la inconciencia individual y colectiva. Nadie se salva solo.

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